“Ahora bien, ten en cuenta que en los últimos días vendrán tiempos difíciles. La gente estará llena de egoísmo y avaricia; serán jactanciosos, arrogantes, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, insensibles, implacables, calumniadores, libertinos, despiadados, enemigos de todo lo bueno, traicioneros, impetuosos, vanidosos y más amigos del placer que de Dios. Aparentarán ser piadosos, pero su conducta desmentirá el poder de la piedad. ¡Con esa gente ni te metas!”
(2 Timoteo 3:1-5 NVI)
¿Eres tú una persona que excluye a Dios, que se niega a reconocer su soberanía y que no respeta los límites divinos?…
Esta pregunta no es para juzgarte, sino para que después de reconocer y analizar quién eres, tomes la decisión de cambiar las actitudes que en vez de traer cosas buenas a tu vida, te apartan cada vez más de lo que significa el vivir con Cristo cargado de bendiciones.
Según el diccionario Bíblico de Holman, ser hipócrita es pretender ser lo que uno realmente no es delante de nuestro prójimo, es permitir la falsedad en nuestros actos, es manifestar, a través de lo que decimos y hacemos, oposición a Dios al no tener en cuenta lo que nos enseña y actuar en contradicción a lo que profesamos.
Existen 3 tipos de hipocresía, la hipocresía hacia Dios, hacia nuestro prójimo y hacia nosotros mismos.
Somos hipócritas con Nuestro Padre celestial, cuando nuestras oraciones son rutinarias obviando la religiosidad, y nos presentamos delante de Él sin reconocer nuestras faltas o lo que es peor, pidiendo perdón sin un verdadero arrepentimiento; cuando queremos recibir bendiciones sin una muestra real de cambio en nuestro proceder y sí, afirmamos que tenemos una relación personal con Él, pero vivimos en la oscuridad, mentimos y no ponemos en práctica la verdad (1 Juan 1:6 NVI).
Somos hipócritas con nuestro prójimo, al criticar y sacar a relucir los defectos de las otras personas, sin usar antes el espejo para así no ver más allá de nuestro reflejo superficial y escudriñar en lo más profundo de nuestra alma, para descubrir lo que realmente nos domina. Es fácil señalar a quien según nuestros propios criterios, falla constantemente, pero ¿quién nos da el derecho de emitir falsas palabras hacia los comportamientos ajenos, cuando no somos capaces de mirar hacia nuestro interior para realizar un diagnóstico digno de un hijo de Dios? Decimos que somos Cristianos, pero somos indiferentes ante el dolor o las situaciones que personas cercanas viven, ignoramos nuestro deber de ayudar a otros, de poner nuestro granito de arena en un mundo que necesita personas dispuestas a marcar la diferencia y dar a conocer a Dios a través de sus acciones de amor, honestidad, amabilidad y paciencia; somos egoístas y vivimos pensando en nuestro propio bienestar, en acumular dinero y cosas materiales, en dar pie a una vida de apariencias antes de pensar en quien está a nuestro lado y necesita de nuestra ayuda o de una palabra de aliento oportuna; una palabra que le permita salir a flote y seguir adelante en medio de una situación difícil. Somos cobardes y nos rehusamos a limpiar y sacar fuera la basura con la que a diario alimentamos nuestra existencia.
“¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano”. (Mateo 7:5 NVI)
Soy hipócrita conmigo mismo, cuando en lo secreto soy una persona diferente a lo que mi familia, mis amigos o mis compañeros de trabajo ven; cuando pretendo ser quien no soy sin reconocer que necesito más de Dios para ser mejor; cuando decido no dar lo mejor de mí a quienes me rodean, cuando mis ojos reflejan mentira, deshonestidad, arrogancia y manipulación; cuando no hago el más mínimo esfuerzo por cambiar lo que de antemano sé que debo cambiar, cuando no tengo en cuenta que Dios espera de mí mucho más de lo que le doy; cuando sé que con mis pensamientos, acciones y palabras ofendo a un Dios que confía en mí y decido apagar la voz que me dice constantemente, que lo que hago está mal, para encallecer así mi corazón y convivir con el pecado que habita en mí.
“No hay nada encubierto que no llegue a revelarse, ni nada escondido que no llegue a conocerse. Así que todo lo que ustedes han dicho en la oscuridad se dará a conocer a plena luz, y lo que han susurrado a puerta cerrada se proclamará desde las azoteas”.
(Lucas 12:2-4 NVI)
Todo lo anteriormente descrito, no es más que un bosquejo de aquello en lo que podemos estar incurriendo sin medir las consecuencias negativas que puede traer a nuestras vidas, el ser hipócritas a cualquier nivel.
Debemos entender, primero, que no es perfección lo que busca Dios, sino que dejes atrás tu pasado, y te esfuerces por alcanzar la recompensa que Él da a través del verdadero arrepentimiento, la renuncia a todo aquello que te aleja cada vez más de una vida de bendición, logrando así y por contra, construir fortalezas que te impiden volver la mirada atrás, porque cuando miras hacia atrás, te pierdes lo bueno que está delante de ti.
Llénate de valor, no tengas miedo, cree en el poder del Señor al prometerte la corona de vida (Santiago 1:12). Si pones a Cristo como ejemplo de vida, sabrás lo que debes hacer, porqué Él es quien te guía y orienta (Salmos 32:8). La meta es ser aprobado por Él antes que por los hombres (1 Tesalonicenses 2:4), y examinarnos a diario para tener la oportunidad de empezar de nuevo. No te rindas, sé fuerte y valiente, la recompensa ya viene!
Llénate de valor, no tengas miedo, cree en el poder del Señor al prometerte la corona de vida (Santiago 1:12). Si pones a Cristo como ejemplo de vida, sabrás lo que debes hacer, porqué Él es quien te guía y orienta (Salmos 32:8). La meta es ser aprobado por Él antes que por los hombres (1 Tesalonicenses 2:4), y examinarnos a diario para tener la oportunidad de empezar de nuevo. No te rindas, sé fuerte y valiente, la recompensa ya viene!
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