viernes, 17 de julio de 2015

La Pasión de Cristo según la medicina

El mundo cristiano reflexiona y recuerda los padecimientos de Cristo en la cruz, por los que demostró así su amor por la humanidad. Vamos a ver los sufrimientos de Cristo desde un punto de vista médico. A los 33 años Jesús fue condenado a muerte. La “peor” muerte de la época. Sólo los criminales eran condenados como Jesús.
Jesús en el Huerto suda sangre
Los Evangelios nos dicen que Jesús comenzó a sudar sangre cuando estaba orando en el monte de los Olivos, específicamente en el jardín del Getsemaní, lo cual es una condición médica llamada “hematidrosis”. No es muy común pero puede darse cuando hay un alto grado de sufrimiento psicológico.
Lo que sucede es que la ansiedad severa provoca la secreción de químicos que rompen los vasos capilares de las glándulas sudoríparas. Como resultado, hay una pequeña cantidad de sangrado en las glándulas y el sudor emana mezclado con sangre. No es mucha sangre sino una cantidad muy pequeña. Esto provocó que la piel quedara extremadamente frágil, de modo que cuando Jesús fue flagelado por el soldado romano al día siguiente, su piel ya estaba muy sensible.
Jesús ya estaba debilitado por lo sucedido en el Huerto y además, la noche entera sometido a un falso juicio, palizas y cárcel.
La flagelación
Las flagelaciones romanas eran conocidas por ser terriblemente brutales. Generalmente consistían en treinta y nueve latigazos. El soldado usaba un látigo con tiras de cuero trenzado con bolas de metal entretejidas; cuando el látigo golpeaba la carne, esas bolas provocaban moretones o contusiones, que se abrían con los demás golpes. Y el látigo también tenía pedazos de hueso afilados, los cuales cortaban la carne severamente.
La espalda quedaba tan desgarrada que la espina dorsal, a veces, quedaba expuesta por los cortes tan profundos. Los latigazos iban desde los hombros, pasando por la espalda, las nalgas, y las piernas. Mientras continuaba la flagelación, las laceraciones llegaban hasta los músculos y causaban jirones temblorosos de carne sangrante. Las venas de la víctima quedaban al descubierto y los mismos músculos, tendones y las entrañas quedaban abiertos y expuestos.
La víctima podía experimentar un dolor tan grande que le llevase a una conmoción hipovolémica. Hipo significa “bajo, “vol” se refiere a volumen y “émica” significa “sangre”, por lo tanto, conmoción hipovolémica quiere decir que la persona sufre efectos de la pérdida de una gran cantidad de sangre. Esto causa 4 efectos:
1. El corazón se acelera para tratar de bombear más cantidad de sangre, sangre que falta.
2. Baja la presión sanguínea, lo que provoca un desmayo o colapso.
3. Los riñones dejan de producir orina para mantener el volumen restante.
4. La persona comienza a sentirse sedienta porque el cuerpo ansía fluidos para reponer el volumen de sangre perdido.
Camino al Calvario
Jesús se encontraba ya en condición hipovólemica mientras ascendía por el camino hacia el lugar de la ejecución en el Calvario, llevando el madero horizontal de la cruz.
Finalmente, Jesús se desplomó, y un soldado romano le ordenó a Simón que llevara la cruz por Él. Luego Jesús dice “Tengo sed”, y en ese momento se le ofrece un trago de vinagre.
En el momento de la crucifixión
La muerte de Jesús fue todavía peor que la crucifixión común. No a todos los criminales condenados los clavaban a la cruz. Muchos eran amarrados.

A Jesús lo acostaron y clavaron sus manos en posición abierta en el madero horizontal. Esta viga se llamaba "patibulum", y el madero vertical estaba clavado al suelo de forma permanente.
Los clavos que los romanos usaban eran de trece a dieciocho centímetros de largo, afilados hasta terminar en una punta aguda. Se clavaban por las muñecas. El clavo atravesaba el nervio mediano. Ese es el nervio mayor que sale de la mano y quedaba triturado por el clavo que lo martillaba. Produce un dolor similar al que uno siente cuando se golpea accidentalmente el codo y se da en ese huesito (en el nervio llamado cúbito); pero ahora imagine tomar un par de pinzas y presionar hasta triturar ese nervio,... el dolor es similar al que Jesús experimentó. Al romper ese tendón por tener sus muñecas clavadas, Jesús fue obligado a forzar todos los músculos de su espalda para poder respirar.
Dolor "excruciante"
El dolor era tan insoportable que no existían palabras para describirlo. Se tuvo que inventar una nueva palabra llamada “excruciante” (que significa “de la cruz”) para describir semejante dolor.
Jesús colgado en la cruz
Cuando Jesús fue alzado para unir el madero con el poste vertical, se procedió a clavarle los pies. Los nervios de los pies fueron triturados y eso debió haber causado un dolor similar al de las muñecas.
En el momento de estar en posición vertical, sus brazos se estiraron intensamente, probablemente 15 centímetros de largo y ambos hombros debieron haberse dislocado (solo tome en cuenta la gravedad para sacar su conclusión), lo que confirmaba lo escrito en Salmos 22 “dislocados están todos mis huesos”.
Una vez que la persona cuelga en posición vertical, la crucifixión es una muerte lenta y agonizante por asfixia. La razón es que la presión ejercida en los músculos pone el pecho en posición de inhalar. Y básicamente, para poder exhalar, el individuo debía apoyarse en sus pies (fijos con clavos al madero), para que la tensión de los músculos se aliviase un momento. Al hacerlo, el clavo desgarraba el pie hasta que finalmente, quedaba incrustado en los huesos tarsianos.
Después de arreglárselas para exhalar, la persona podría relajarse y descender para inhalar otra bocanada de aire. Nuevamente, tendría que empujarse hacia arriba para exhalar, raspando su espalda ensangrentada contra la madera áspera de la cruz.
Este proceso continuaba hasta que la persona ya no pudiera empujarse hacia arriba para respirar. Entonces moría.
Jesús aguantó esa situación algo más de 3 horas.
Muerte de Jesús
A medida que la persona reduce el ritmo respiratorio, entra en lo que se denomina acidosis respiratoria: el dióxido de carbono de la sangre se convierte en ácido carbónico, lo cual causa que aumente la acidez de la sangre. Finalmente, eso lleva a un pulso irregular. De hecho, al sentir que su corazón latía de forma errática, Jesús se habría dado cuenta de que estaba a punto de morir, y es entonces cuando pudo decir: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” y luego murió de un paro cardíaco.
Incluso antes de morir, la conmoción hipovolémica debió haber causado un ritmo cardíaco acelerado sostenido, que podría haber contribuido al paro cardíaco, lo cual dio como resultado la acumulación de fluido en la membrana que rodea al corazón, llamada efusión pericárdica, al igual que alrededor de los pulmones, llamada efusión pleural.
Traspaso del Corazón
Para acelerar la muerte, los soldados quebraban las piernas de los crucificados utilizando para ello, una lanza romana para despedazar los huesos de la parte inferior de las piernas. Eso evitaba que la persona empujara hacia arriba con las piernas para poder respirar, así que la muerte les seguía en cuestión de minutos.
En el Nuevo Testamento se nos dice que los huesos de Jesús no fueron quebrados, como sí ocurrió con los otros crucificados. Esto fue así porque los soldados habían confirmado que Jesús había muerto; así se cumplió la profecía del Antiguo Testamento acerca del Mesías, en la que se dice que ninguno de sus huesos sería quebrado. Pero el soldado romano, para confirmar la muerte de Jesús, le clavó la lanza en su costado derecho. La lanza atravesó el pulmón derecho y penetró en el corazón. Por lo tanto, cuando se sacó la lanza, salió fluido, claro como el agua, seguido de un gran volumen de sangre, tal como lo describe Juan, uno de los testigos oculares, en su Evangelio.
Además, hay que mencionar la humillación que sufrió por el desprecio y las burlas, cargando su propia cruz casi dos kilómetros mientras la multitud le escupía el rostro y le tiraba piedras (la cruz pesaba cerca de 30 kilos, solo en la parte horizontal, en la que le clavaron sus manos).
Romanos 5,7-11 “En verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. ¡Con cuánta más razón, pues, justificados ahora por su sangre, seremos por él salvos de la cólera! Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida! Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación.”

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