jueves, 4 de junio de 2015

Duo Perfecto

Esta es la historia de Margaret Patrick, una pianista estadounidense que en 1982 sufrió un derrame cerebral que la dejó inhabilitada por la paralización de su lado derecho. Después de meses de recuperación, llegó al Centro Geriátrico de Vida Independiente del Sudeste para empezar su terapia física.
En la primavera de 1983, cuando Millie McHugh, un antiguo miembro del equipo, presentó a Margaret a la gente del Centro, advirtió la mirada de dolor en sus ojos cuando veía el piano.
 
-¿Algún problema?, preguntó Millie.

-No, repuso Margaret en voz baja. Solo que ver un piano me trae recuerdos.
Antes de mi hemiplejía, la música era todo para mí. 
Millie miró la inutilizada mano derecha de Margaret, y después de un momento le dijo:
-Espere aquí. Enseguida vuelvo.
 Volvió a los pocos minutos, seguido de cerca por una mujer bajita de cabellos blancos y gruesos anteojos.
La mujer se ayudaba a caminar con un andador .
¡Margaret!, dijo Millie, le presento a Ruth Eisenberg, ella también tocaba el piano, pero, al igual que usted, no ha podido tocar desde su hemiplejía. La señora Eisenberg tiene bien su mano derecha y usted tiene bien la izquierda. Yo tengo la sensación de que las dos juntas pueden hacer algo maravilloso.

-¿Sabes el vals en re bemol de Chopin?, le preguntó Ruth. Margaret asintió.
 Se sentaron juntas al piano, y dos manos sanas, una con largos dedos negros llenos de gracia, la otra con cortos y regordetes dedos blancos, se movieron rítmicamente a lo largo de las teclas de marfil y ébano.
Desde ese día, se sentaron juntas al teclado cientos de veces: la mano derecha inútil de Margaret alrededor de la espalda de Ruth, la mano izquierda paralizada de Ruth sobre la rodilla de Margaret, mientras su mano buena tocaba la melodía y la mano buena de Margaret ejecutaba el acompañamiento.
En la banqueta del piano, estas dos mujeres compartieron más que la música. Pues allí, cuando empezaron con Chopin, Bach y Beethoven, aprendieron que tenían más en común de lo que jamás soñaron: las dos eran bisabuelas y viudas, ambas perdieron hijos, y ambas tenían mucho que dar, pero ninguna podía hacerlo sin la otra.
 Compartiendo la banqueta del piano, Ruth oyó a Margaret decir: 

-Mi música me había sido arrebatada, pero Dios me dio a Ruth.
Y, evidentemente, parte de la fe de Margaret se le contagió a Ruth cuando se sentaron juntas durante aquellos últimos cinco años, porque Ruth ahora dice: 
-Lo que nos unió fue un milagro de Dios. 

Así como Margaret necesitaba a Ruth para volver a tocar el piano, nosotros necesitamos a nuestra familia, amigos, compañeros de fe para poder seguir adelante, para hacer grandes cosas.
Es posible que nunca podamos hacer solos lo que haríamos uniendo fuerzas. Dios nunca pone gente a nuestro lado por casualidad, sino que todos nos enseñan y complementan en algún aspecto.
Anímate a conocer más a la gente, podrías tener más en común de lo que imaginas.
“Vivan en armonía unos con otros. No sean tan orgullosos como para no disfrutar de la compañía de la gente común. ¡Y no piensen que lo saben todo!” Romanos 12:16 (NTV)
Pero además de esos seres que te aman, acompañan y que podrían cambiar tu vida, cuentas con el mejor de los compañeros: Dios. Si lo invitas a ser parte de tus sueños y de tus proyectos, la melodía de tu vida será inolvidable.

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