El gato fue atropellado por un coche y la madre de Billy, un niño de cuatro años, se apresuró a enterrarlo antes que su hijo lo descubriese. Después de algunos días, Billy preguntó sobre el gato. “Billy, el gato murió”, le dijo su madre, pero tranquilo, está todo bien. Está allí arriba, en el cielo, con Dios”. El niño, fijando los ojos en la madre, preguntó: “¿Qué Dios del mundo querría un gato muerto?”
El Señor nos dijo: “Soy la Vida” y en el cielo solo habrá lugar para “vivos”. En Cristo somos vivificados. En Cristo somos restaurados. En Cristo tenemos la vida abundante y, con Él gozaremos la vida eterna en el Cielo de gloria.
El pecado nos lleva a la muerte. El odio nos conduce a la muerte. La avaricia, el egoísmo nos llevan a la muerte.
La indiferencia a la salvación también nos lleva a muerte. Todo eso nos lleva a la muerte espiritual, pero en Cristo resurgimos de la muerte para una vida abundante y eterna.
El pecado nos lleva a la muerte. El odio nos conduce a la muerte. La avaricia, el egoísmo nos llevan a la muerte.
La indiferencia a la salvación también nos lleva a muerte. Todo eso nos lleva a la muerte espiritual, pero en Cristo resurgimos de la muerte para una vida abundante y eterna.
¿Qué querría Dios de los muertos? Estamos vivos y así estaremos para siempre, incluso después de cerrar los ojos para este mundo. El amor necesita estar vivo en nuestros corazones; la sonrisa va a estar viva en nuestros labios; la generosidad debe estar siempre viva en nuestras actitudes; el brillo de la presencia del Señor Jesús no se puede apagar de nuestro testimonio diario. ¡Estamos vivos! ¡Cristo es vida en nosotros! ¡En Él viviremos por toda la eternidad!
Con una gratitud viva en nuestras almas, vivamos para alabar y glorificar a Dios. Sabemos que nuestro Redentor vive. Vivamos con alegría junto a Él.
Con una gratitud viva en nuestras almas, vivamos para alabar y glorificar a Dios. Sabemos que nuestro Redentor vive. Vivamos con alegría junto a Él.
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