“Pero por la gracia de Dios soy lo que soy”
(1 Corintios 15:10)
Su asombro es entendible. Un chico normal, nacido en una granja lechera de Charlotte, Carolina del Norte, tiene pocas probabilidades de evangelizar a cientos de millones de personas. De hecho, según la asociación Billy Graham, más de 3,2 millones de personas han aceptado a Jesús, a través de las campañas del campesino convertido en predicador. Ha asesorado espiritualmente a doce administraciones presidenciales desde Truman hasta Obama. Su aporte a la evangelización mundial es invaluable. Desde su conversión a los 16 años hasta hoy, Graham ha predicado a Jesús ininterrumpidamente. No obstante, afirma no ser merecedor de dicha tan grande.
Puede que Billy sospeche la respuesta, aunque aún vive en su casita de troncos en las Montañas Blue Ridge en Motreat. Puede que sepa que fue escogido por la gracia soberana de Dios. El Señor puede usar a cualquiera, y eso fue exactamente lo que hizo con Billy, y lo que hace con cada uno de nosotros. No todos hemos sido llamados a hablar en estadios, o a viajar por el mundo hablando por la televisión y la radio. Sin embargo, esto sí, todos los que hemos recibido a Jesús, hemos sido llamados a una tarea para la que no estamos totalmente cualificados y de la que no somos dignos. Pero el Dios de toda gracia nos escogió, eso es suficiente. Militamos en su servicio porque Él nos consideró fieles poniéndonos en el ministerio (1 Timoteo 1:12). Tal conocimiento, asombroso, conduce de forma indefectible a la adoración.
Repase la historia y verá que es cierto. José, el hermano pequeño y algo vanidoso, convertido en primer ministro de Egipto. Gedeón, el campesino de Manasés atemorizado, ascendido a juez de Israel. Jeremías, el joven de oratoria deficiente, convertido en heraldo y profeta. Pedro, el pescador, militando como apóstol y adalid de la primera iglesia. Felipe, el camarero, anunciando a las multitudes el evangelio de Jesucristo. Historias de gracia, relatos escultóricos de lo que hace Dios con un trozo de mármol en bruto.
Estoy maravillado ante la obra de gracia del Señor. Sonrío ante lo inexplicable de su llamamiento. No tenía un gran aval que presentar, ni condiciones excepcionales para ser llamado, pero fui escogido para hacer lo que hago y no tengo palabras para agradecer tanta gracia. No puedo ni siquiera devolver algo a cambio de lo que he recibido. Dios solo me pide que aquello que tengo por gracia, lo comparta por gracia (Mateo 10:8). A ello he dedicado mi vida y eso haré hasta el último aliento.
Repase la historia y verá que es cierto. José, el hermano pequeño y algo vanidoso, convertido en primer ministro de Egipto. Gedeón, el campesino de Manasés atemorizado, ascendido a juez de Israel. Jeremías, el joven de oratoria deficiente, convertido en heraldo y profeta. Pedro, el pescador, militando como apóstol y adalid de la primera iglesia. Felipe, el camarero, anunciando a las multitudes el evangelio de Jesucristo. Historias de gracia, relatos escultóricos de lo que hace Dios con un trozo de mármol en bruto.
Estoy maravillado ante la obra de gracia del Señor. Sonrío ante lo inexplicable de su llamamiento. No tenía un gran aval que presentar, ni condiciones excepcionales para ser llamado, pero fui escogido para hacer lo que hago y no tengo palabras para agradecer tanta gracia. No puedo ni siquiera devolver algo a cambio de lo que he recibido. Dios solo me pide que aquello que tengo por gracia, lo comparta por gracia (Mateo 10:8). A ello he dedicado mi vida y eso haré hasta el último aliento.
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