Sabemos que Dios nos da con más profusión de lo que pedimos o entendemos, según Su poder que actúa en nosotros. Por ejemplo, si pedimos y oramos por diez unidades de amor y paciencia, seguramente Él nos dará doce y sin regatear. No debemos orar de acuerdo a como sentimos, sino de acuerdo a lo que está escrito en la Palabra del Señor. Por lo tanto, acerquémonos con confianza al Señor, quien es perfecto y nos escucha.
Oremos por todo, pero hagámoslo por lo que no nos gusta para poder recibir lo que nos gusta. Es decir, aprendamos a presentarnos delante de Dios con humildad, seguros de que nuestro corazón está limpio de rencor y de dolor, porque Él nos pide que oremos por quienes nos hacen mal, que bendigamos y hagamos el bien a todos en todo tiempo. Ya que si devuelvo el mal, soy yo quien me convierto en malo y de esa forma no podemos pretender que Él nos escuche.
Además, es importante dar amor y respeto, especialmente a nuestro cónyuge, a nuestra familia, y ofrecer perdón a todos. Esas son condiciones indispensables para que nuestra oración sea escuchada.
¿Hay otra condición importante para orar eficazmente? Sí, acercarnos con honra al Señor, convencidos de que Él es nuestro Padre, que también es el Señor de señores, quien merece toda la honra y la gloria, por lo que no podemos pretender aproximarnos a Su trono con las manos vacías. Eso sería menospreciarlo; si incluso en el plano terrenal damos obsequios cuando deseamos quedar bien con alguien, ¿cómo rehusaríamos agradar a nuestro Rey? Eso sería contradictorio a nuestra fe.
Porque Dios es el Señor de todo, aún de lo ilimitado, y si le pides algo que no existe, Él puede crearlo, sin duda. Él pagará por nosotros, nos defenderá y cuidará; por eso no es necesario devolver mal por mal, al contrario, debemos pedir bendición para la vida de todos, ya que lo que demos es lo que recibiremos, eso es justicia. Debemos dar testimonio del Señor en todo momento, especialmente con nuestras actitudes y comportamientos.
Si alguien pecara de rencor o de malas intenciones, cuidémonos de no ser nosotros, ya que lo que pasa en la tierra se repite en el cielo como si fuera un espejo. Lo que atamos en la tierra es atado en el cielo, no lo olvidemos, así que busquemos siempre el bien. Si busco venganza, mi esencia cambia y tiramos a la basura el milagro de la salvación de Jesús. ¡Evita semejante actitud, demuestra que has nacido de nuevo y que valoras lo que el Señor ha hecho por ti!
Nuestras manos están hechas para adorar al Señor y para prodigar amor, no para pelear.
En todo momento Dios nos habla de honra, amor y respeto a Él; por tanto, respetemos a los padres, a los jefes y a las autoridades. Es determinante enseñar esto a nuestros hijos para que la sociedad mejore. Tenemos el compromiso de educarnos para que Dios cambie nuestro corazón y podamos acercarnos con confianza a alabarle y a pedirle.
Honra en todo momento. Eso agrada a Dios. En la Palabra leemos que Jesús echó de las puertas del templo a quienes vendían cosas dañadas para que se ofrendaran, porque no era justo que se pretendiera agradar al Señor con algo malo o defectuoso, si Él nos da siempre lo mejor. Aprendamos a honrar a Dios con nuestra ofrendas. De esa forma le damos la gloria y el poder. Preséntate delante de tu Señor con las manos y el corazón llenos de ofrendas que lo agraden. Él siempre ha llenado nuestras manos, Él es la fuente de toda provisión para el cuerpo, el alma y el espíritu. Él ha puesto riqueza, abundancia y bendiciones delante de nosotros, así que debemos regresar a Su lado con las manos llenas, dispuestas a darle de lo que hemos cosechado.
Recordemos que para obtener respuesta a nuestras oraciones debemos perdonar a los que nos ofenden, tratar bien a todos y comprender que nos dirigimos al Rey y Señor, a quien debemos honrar porque nos ama y nos cuida. Si Dios nunca se olvida de nosotros, nunca olvidemos quién es Él. Vivir con Dios implica vivir con respeto, confianza y con el convencimiento de que Él es todopoderoso. Pidámosle que nuestras manos siempre tengan para dar, especialmente a Él, antes que a nada y a nadie. ¡Gracias Padre, por escucharnos y enseñarnos a acercarnos a ti!
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