Cuando los cristianos tratan de explicar cómo y cuándo entró el mal en el mundo, la mayoría de las veces señalan a la tentación de la serpiente. Pero hay que remontarse un poco más atrás, cuando Dios plantó el árbol de la ciencia del bien y del mal. Al dar a Adán y Eva una opción entre la obediencia y la rebeldía, el Señor permitió, porque lógicamente lo sabía, que el mal entrara a su creación perfecta.
Puede que usted se esté haciendo la misma pregunta que inquieta a muchas personas, creyentes o no. ¿Por qué un Dios Todopoderoso permite el mal? Se han dado algunas respuestas insatisfactorias, por ejemplo, que al Señor no le importa, o que Él es incapaz de impedir el mal. Estas respuestas contradicen lo que Dios dice acerca de sí mismo en la Biblia (Romanos 5.8; Salmos 47.8), porque nuestro Padre celestial ejerce autoridad absoluta sobre este mundo.
Dios tuvo un propósito al dejar que el mal entrara en el mundo. El árbol era un laboratorio de prueba. Adán y Eva tuvieron que elegir entre la rebeldía o el amor, la maldad o la justicia, la desobediencia o la obediencia. Ya que el Señor deseaba el amor de los seres humanos que creó, y porque el amor no se puede forzar, tuvo que darles una opción. El auténtico amor se da libremente. Las alternativas, caso de forzar el amor, no podía haber otras, eran olvidarse de todo el proceso de la creación, o programar a la humanidad como robots para que le dieran gloria y alabanza. Alternativas que no podían ver la viabilidad de ninguna forma.Pero el Señor da dos garantías en cuanto al mal. Primero, su propósito no es que pequemos (Santiago 1.13). Él desea que vivamos con rectitud para que el mal no pueda ocupar lugar en nuestros corazones. Segundo, cuando somos tocados por el mal, Él hará que la experiencia sea para nuestro bien (Romanos 8.28).
“Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás.” Génesis 2:15-17 (Reina-Valera 1960)
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