martes, 10 de febrero de 2015

Los Cristianos inscritos en el libro de la vida

El empleado lo miró a los ojos, y con toda la diplomacia del caso, le dijo: “Usted no existe. Está muerto”Aníbal Hernández, pensionista, sintió que la tierra se hundía bajo sus pies. Todo a su alrededor dio vueltas. No comprendía. ¿Cómo podían decir que estaba muerto, si precisamente en ese momento, se encontraba frente al dependiente de aquella oficina? Se agarró al mostrador para no caer. Aquella le parecía una de sus peores pesadillas y lo que más quería era despertar.
–De acuerdo con la información que tiene el sistema, usted falleció el 23 de noviembre de 1997 en un accidente de tráfico. Así es que, usted no existe, le insistió el hombre. De esta manera explicaba, con pocas palabras pero con una contundencia abrumadora, que no seguiría recibiendo lo pedido.

–No tiene sentido, si hasta el mes pasado recibí mi remuneración como siempre, trató de explicar.
–Pues señor, no estoy mintiendo. Mire. Esta es la información del sistema central. El ordenador no miente, argumentó el funcionario, mientras se dirigía a alguien más en la fila: –El siguiente, por favor…
Aníbal tardó tres meses largos en corroborar que estaba vivo y que aquel incidente no fue más que un error informático.
¿Usted ya se inscribió en la eternidad?
Este relato, que ocurrió en la realidad, nos hace recordar un hecho trascendental: la necesidad de estar inscritos en el libro de la vida. Vemos primero, que el apóstol Pablo en su carta a los Filipenses, capítulo 4, versículo 3, y después el mensaje del Señor Jesucristo, a la iglesia de Sardis, que ambos refieren la importancia de figurar en este libro: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.” (Apocalipsis 3:5). ¿Qué ocurriría si al morir e ir a la presencia de Dios, descubre que usted no figura entre los que son salvos y pasarán la eternidad con Él? Seguro que no disfrutará de una nueva oportunidad. Será muy tarde. La opción de ser incluido en el registro estaba en la tierra, no en ese lugar que muchos describen como “el más allá”, para referirse a la dimensión espiritual en la que entramos una vez que nuestros días llegan a su final…
¿Qué hacer? Aceptar al Señor Jesucristo en su existencia. El murió en la cruz por nuestros pecados y nos hace salvos. Es por Él, gracias a su obra redentora, como podemos ser incorporados al libro de la vida. Tomados de su mano creceremos espiritualmente, pero lo más importante: tenemos la seguridad de la vida eterna…
Seguí estos pasos, ¿qué sigue…?
Es necesario conservar la salvación. Para comenzar, analicemos la siguiente pregunta: ¿Es probable correr hacia la meta y sin embargo, perder la visión de la misma? La lógica nos enseña que sí. ¿La razón? Hay quienes tienen su mirada puesta en el final de la maratón. Todo lo que hacen está enfocado en lograrlo. No desmayan aunque sientan que les abandonan las fuerzas. Avanzan.
Hay quienes, en cambio, se duermen en los laureles, es decir, sobre las glorias pasadas. Se confían. El mundo que les rodea les distrae y pierden su objetivo. No llegan a tiempo. Se exponen al peligro de quedarse a mitad de camino o justo antes de alcanzar su propósito.
Igual es la salvación eterna. Es cierto, aceptamos a Cristo y tenemos derecho de entrada a una nueva vida, pero si nos dejamos arrastrar por el sistema que nos rodea, fácilmente podemos perdernos.
Es un aspecto de suma importancia sobre el que advirtió el apóstol Pablo: “Por tanto, amados míos, como siempre habéis obedecido, no solamente cuando estoy presente, sino mucho más ahora que estoy ausente, ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor”(Filipenses 2:12).
Con frecuencia nos confiamos y progresivamente, permitimos que los hábitos y costumbres a nuestro alrededor, afecten a los principios y valores que asumimos en el comienzo de nuestro caminar con Jesucristo. Sobre este aspecto también escribió el apóstol: “Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).
Permanecer en la salvación.
Perseverar es una palabra clave. Sintetiza caer, levantarnos... y seguir adelante cuantas veces sea necesario. En la vida cristiana surgen desiertos y situaciones que llevan a considerar nuevamente, la decisión de seguir o no adelante. En momentos así es cuando debemos asirnos de la mano de Jesucristo y proseguir.
Sobre esta base, no debemos concebir, ni siquiera pensar, en la posibilidad de apartarnos, estancarnos o permitir que nos seduzcan el mundo y sus deseos: “¿Cómo haremos, nosotros, para cuidar una salvación tan grande…?”. La clave está en proseguir, tal como lo recomendó el Señor Jesús: “Pero el que persevere hasta el fin, este será salvo” (Mateo 24:13).
Firmes en las fuerzas de Dios
Frente a las asechanzas de Satanás, o los múltiples inconvenientes que hallamos en nuestro propósito de vivir en Cristo, y los períodos de desánimo que golpean al creyente, es necesario refugiarnos en Dios, procurar en Él, la fuerza necesaria para seguir adelante: “Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor y en su fuerza poderosa” (Efesios 6:10).
Solo si avanzamos por encima de las circunstancias adversas que en ocasiones nos rodean, podremos llegar a la meta final. Es fundamental permanecer firmes, descansando en el Señor tal como lo recomendó Jesucristo: “…en el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33b).
No permanecer en el camino de la Salvación nos expone a ser borrados del libro de la vida, cuando llegue el instante de definir nuestro destino para la eternidad… La clave está en seguir firmes, asidos de la mano de Jesucristo, fortalecidos en la fuerza que Él nos concede…

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