Muchas
veces, en nuestra carrera como cristianos, nos sentimos como si lleváramos
una mochila muy pesada por el desierto en pleno mediodía. Miramos el
camino que nos queda, y no le vemos el final; miramos a nuestra izquierda y a
nuestra derecha,... y no vemos a nadie junto a nosotros. Nos sentimos solos,
cansados y turbados.
Cierto,
ninguno de nosotros es inmune a esto, pero la Biblia nos lleva a este
pensamiento y después, a sentir a Jesús, nuestro Señor y Salvador, para
recobrar las fuerzas y no desmayar. Nos enseña que: (1º) Jesús es quien
nos conforta y fortalece, y (2º) que no corremos solos aunque a veces así
parezca.
Jesús es quien nos conforta y fortalece.
En Hebreos capítulo 2 el autor nos dice:
“Pues por cuanto Él mismo fue tentado en el sufrimiento, es poderoso para socorrer a los que son tentados”. (Hebreos 2:18)
Podríamos
agregar que también es poderoso en nuestros problemas y desmayos. ¿Por qué? Porque “no tenemos un
sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno
que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado”. (Hebreos 4:15)
Siendo
perfecto, sufrió tentación y dificultades igual que nosotros, para ser
el único capaz de darnos el consuelo perfecto, ese consuelo que no solo
nos anima sino que también nos alegra, y nos devuelve el gozo de tenerle a Él.
Es Jesús mismo quien nos dice:
“Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar”. (Mateo11:28)
Y aún más:
“Tomad mi yugo sobre vosotros y
aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso
para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera”. (Mateo
11:29-30)
De pronto,
en vez de vernos con esa mochila pesada en el desierto, nos vemos
parados frente a Cristo, cogiendo nuestra pesada mochila y dándonos a cambio, un
pequeño bulto. De pronto, ya no nos da ese sol (los problemas y
tentaciones) abrasador en todo momento, sino que recibimos sombras para refrescarnos.
No corremos solos aunque a veces así lo parezca.
No corremos solos aunque a veces así lo parezca.
Esta
invitación no es hecha a una sola persona, sino que Jesús la hace a cada
individuo.
-¿Qué significa esto? ¿Significa que aquellos que aceptan la invitación correrán juntos la carrera de la fe.? ¿Significa que habrá otros a mi lado? -¡Exacto! ¡Son tus hermanos en Cristo!
-¿Qué significa esto? ¿Significa que aquellos que aceptan la invitación correrán juntos la carrera de la fe.? ¿Significa que habrá otros a mi lado? -¡Exacto! ¡Son tus hermanos en Cristo!
Pero, ¿por
qué, entonces, al mirar a nuestro alrededor, muchas veces nos sentimos
solos y no vemos a nadie? Esto sucede porque cuando el sol, o sea, los
problemas y las tentaciones, nos abruman, y no vemos a Cristo adelante,
nuestra propia mente nos crea algo así como un espejismo de soledad. Y es esa sensación
de soledad la que nos impide buscar ayuda en otro hermano que está junto a
nosotros, o simplemente no lo vemos, y terminamos sintiendo como nadie las tentaciones y los problemas. Pero esto no es así.
Cuando acudimos a Cristo, nos cambia nuestra carga, nos da el agua de vida (Juan 4:14),
nos provee de sombra constante contra ese sol abrasador y, al mismo
tiempo, nos permite (y nos anima) a mirar alrededor y ver a la gran
multitud de hermanos capaces de ayudarnos en la carrera, y llevar parte
de nuestras luchas y dificultades.
Vayamos confiadamente “al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16), donde está Jesucristo, nuestro Salvador, “a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (Hebreos 8:1).
Las palabras que digamos, se quedan cortas ante las palabras del autor de Hebreos cuando nos dice:
“Por tanto, puesto que tenemos en
derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo
peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con
paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús,
el autor y consumador de la fe, quien por el gozo puesto delante de Él
soportó la cruz, menospreciando la vergüenza, y se ha sentado a la
diestra del trono de Dios”. (Hebreos 12:1-2)
No hay comentarios:
Publicar un comentario