La Biblia
nos dice que el primer mandamiento de la ley de Dios es “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, base de toda la ley de Dios. Mateo 22. 37-40. La sencillez de este
mandato es lo que hace tan difícil su cumplimiento.
Pero ante
todo, debemos tener en cuenta que “la
palabra de Dios es agradable y perfecta Romanos 12.2.”, y que “Toda
la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia”. 2ª Timoteo 3.16. No es de difícil
cumplimiento si estamos en Dios, pero se hace necesario resaltar que está
dictada para que su cumplimiento nos beneficie, para que obre bien en nosotros,
nunca mal.
Profundizando
en este conocimiento vemos un demostrativo. Habitualmente escuchamos, y al menos,
está escrito en el refranero español y en otros, por supuesto, que “para querer
a los demás primero hay que quererse a sí mismo”. Y yo personalmente, añado
“para quererse a sí mismo primero hay que querer a los demás”. Quiero explicar
cómo, a mi entender, se produce esto último.
Debemos
considerar que nunca podremos dar amor a los demás, si no tenemos implementado
en nuestro corazón este sentimiento. Si no sabemos lo que es el amor nunca
podremos amar a la gente. En este sentido es obvia la primera parte de este
proceso: “para querer a los demás primero hay que quererse a sí mismo”.
Cuando
alcanzamos este grado de madurez, cuando tenemos implantado en nosotros el
conocimiento de amar, es cuando podremos dar amor a los demás. Y es en este
momento cuando se produce la situación a la inversa: “para quererse a sí mismo,
antes hay que querer a los demás”. Hay muchos ejemplos de esto pero solo voy a
reflejar uno: supongamos que estoy a la puerta de un colegio de niños con una
bolsa de caramelos. Y a medida que van saliendo los niños les voy dando a cada
uno, un dulce caramelo. Por supuesto que ellos se pondrán contentos, sus caras serán reflejo de su felicidad, pero en mí
el gozo será aún mayor, ¿verdad? Ahora se hace evidente la segunda parte del
proceso, y no olvidemos nunca que es mejor dar que recibir.
En todo os he enseñado que,
trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del
Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir. Hechos 20.35.
M.G.L.
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