Dos gallos reñían por la preferencia de las gallinas y al fin, uno puso en fuga al otro. Resignadamente, se retiró el vencido a un matorral, ocultándose allí. En cambio el vencedor, orgulloso, se subió a una tapia alta poniéndose a cantar con gran estruendo.
Pero no tardó un águila en caer, atacarlo y raptarlo. Desde entonces, el gallo que había perdido la riña se quedó con todo el gallinero.
Pero no tardó un águila en caer, atacarlo y raptarlo. Desde entonces, el gallo que había perdido la riña se quedó con todo el gallinero.
A quien hace alarde de sus propios éxitos, no tarda en aparecérsele quien se los arrebate.
Reflexionemos: La cura para los malos deseos es la humildad. El orgullo nos hace egocéntricos y nos lleva a pensar que tenemos derecho a todo lo que podemos ver, tocar o imaginar. Crea apetitos codiciosos de obtener más de lo que necesitamos.
Reflexionemos: La cura para los malos deseos es la humildad. El orgullo nos hace egocéntricos y nos lleva a pensar que tenemos derecho a todo lo que podemos ver, tocar o imaginar. Crea apetitos codiciosos de obtener más de lo que necesitamos.
Pero podemos ser librados de nuestros deseos egocéntricos al humillarnos delante de Dios, tomando conciencia de que lo único que necesitamos es su aprobación. Cuando su Espíritu Santo nos llena, nos damos cuenta de que las atracciones seductoras del mundo son solo sustitutos baratos en comparación con lo que Dios nos ofrece.
Proverbios 16:18-19 Antes del quebrantamiento es la soberbia, Y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes.
Salmo 49:6 : Los que confían en sus bienes, y de la muchedumbre de sus riquezas se jactan,
Proverbios 2:14: Que se alegran haciendo el mal, Que se huelgan en las perversidades del vicio;
Lucas 12:19: Y diré: Alma mía, ya tienes bastantes cosas buenas guardadas para muchos años. Descansa, come, bebe y goza de la vida.
Romanos 1:30 : calumniadores, enemigos de Dios, insolentes, soberbios y arrogantes; se ingenian maldades; se rebelan contra sus padres.
Con frecuencia hemos visto a un niño que andaba contoneándose para lucir, ante quienes lo veían, su ropa nueva; y al tropezar y caer, llora lo más fuerte que puede al ver su vestido sucio por la tierra o por el barro del suelo.
De manera parecida, Dios ha puesto en ti muchas gracias, muchas cualidades o virtudes y te ha concedido muchos dones. Puede que, al pensar en estas cosas, te jactes por ellas y desdeñes a quienes no las tienen, como lo hicieron Roboam y Nabucodonosor al pensar en su respectiva grandeza; y cómo ellos cayeron así también tú puedes caer.
Y puede ser que cuando estés caído, en lugar de hacer alarde de lo que tenías y en lugar de jactarte por ello, te pongas a llorar como aquel niño imprudente: porque tu traje de muchos colores se ha ensuciado y se ha manchado en la caída.
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