Ella es mi consuelo en mi aflicción, porque tu dicho me ha vivificado. Salmo 119:50
Si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. 1 Juan 3:20
Sé que estoy predispuesto a la depresión. No siempre estoy deprimido, pero tengo bastante tendencia a estarlo, y por eso debo seguir un tratamiento. Formo parte de la gran multitud de gente deprimida. Cuando hablo de mi depresión con la gente, algunas personas se sienten agradecidas por oír algo de lo que experimento, porque ellas también tienen que enfrentarse al mismo problema.
Para mi bien, tomé conciencia de cómo me siento al acudir paulatinamente a la Palabra de Dios. Los pensamientos negativos que predominan en el agujero negro de la depresión pueden ser combatidos con la verdad divina. Mi mejor defensa es ponerme siempre en el contexto de la Escritura y dejar que Dios me hable.
Aprendí a no tomar al pie de la letra lo que mis sentimientos me decían. Está claro que es necesario ser consciente de nuestros sentimientos y estar atentos, porque éstos son variables y a menudo dependen de nuestro estado físico y de nuestras circunstancias. Personalmente me sentía condenado, poco amado y rechazado; pero este sufrimiento no se correspondía con la realidad. La verdad era que la relación de Dios conmigo era tan sólida y auténtica en mis peores momentos como cuando me sentía muy bien. El Señor me recordaba sin cesar, una verdad que mis sentimientos trataban de rechazar: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).
Y se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en la cárcel; y tocando a Pedro en el costado, lo despertó, diciendo: Levántate pronto. Y las cadenas se le cayeron de las manos. Le dijo el ángel: Ciñe y átate las sandalias. Él lo hizo así. Y le dijo: Envuélvete en tu manto y sígueme. Pedro salió tras el ángel, sin saber si lo que el ángel hacía era realidad; más bien pensaba que veía una visión.” Hechos 12:7-9
Cada mañana llegas a tu lugar de empleo o de estudio, saludas a tus compañeros, ríes un poco, hablas otro tanto; pero es probable que ninguno de los que te rodean conozcan tu verdadera vida. Esa vida que para ti ya no es vida. Nadie sabe la lucha que tienes cada mañana para reunir el valor de levantarte de la cama y seguir la rutina obligada. Nadie sospecha que debes vestirte cada día con el traje de la apariencia para que no se note tu pena, desgaste y gran desilusión. Nadie imagina lo eternas y enloquecedoras que son las horas por las noches y los fines de semana llenos de lágrimas y lamentos. En tu cabeza solo abunda una larga lista de preguntas para las que no tienes respuestas. Nada te divierte, nada te motiva, nada llena ese vacío interior que parece ser un pozo sin fondo que se hace cada vez más profundo. Sin importar cuantas personas están a tu lado, te sientes en la más absoluta soledad. Has intentado salir de esa profunda tristeza pero no lo logras, puede que ya ni siquiera lo intentas por considerar que no vale la pena.
Si este es el escenario de tu vida, significa que estás sumergido en una grave depresión. Quizá has intentado mucho salir de ella, quizá tus amigos y familiares hacen todo lo posible por ayudarte, y quizá hasta has estado con cuidados médicos; pero una cosa es segura: tu depresión solo podrá ser erradicada por Dios.
Esta situación depresiva es parecida a la de Pedro cuando estuvo preso. Encerrado en una cárcel, excesivamente custodiado por cuatro grupos de guardianes que no le dejaban salir. Pedro estaba sin salida aparente y solo era cuestión de tiempo para que lo mataran. Necesitaba una ayuda sobrenatural, solo un milagro lo sacaría a flote; él estaba en aquel lugar húmedo y oscuro; mas no obstante, puso su confianza en alguien que no le fallaría. Dios envió un ángel a su rescate; sin embargo, Pedro tuvo que hacer su parte: "Levántate pronto". Y las cadenas se le cayeron de las manos. Le dijo el ángel: "Cíñete y átate las sandalias. Él lo hizo así. Y le dijo: "Envuélvete en tu manto y sígueme".
Pedro tuvo que levantarse, ponerse sus sandalias, envolverse en su capa para salir de allí guiado por aquel ángel. Esto quiere decir que en nuestra situación depresiva no debemos solo quedarnos ahí tirados, envueltos en lamentos.
No acaricies más la depresión…. levántate, arrodíllate, dilo en voz alta o piensa en ello, pero toma una acción, clama a Dios a ayudarte, dale la oportunidad de obrar en tu vida.
Comienza reconociendo delante de Dios tu estado y tu impotencia de salir de él.
Así que no esperes un día mas, ahí donde estás, en este preciso momento, clama a Dios por la liberación de tu alma:
A ti clamo, Señor, y te digo: “Tú eres mi refugio; tú eres todo lo que tengo en esta vida.” Presta atención a mis gritos, porque me encuentro sin fuerzas….. Sácame de mi prisión para que pueda yo alabarte. Salmos 142: 5-7
Amado Padre, Tú eres poderoso en gran manera, no hay quien haga maravillas como Tú. Tú creaste los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella, porque para ti no hay nada imposible. Te rogamos por la persona que está sufriendo de depresión, te clamamos para que lo liberes, rompe las cadenas que le atan a la tristeza, abre las puertas que le tienen cautivo y sácalo de ese pozo de tristeza y desesperación para que pueda alabarte. Dale fortaleza para que pueda venir a tus pies reconociendo su estado actual y que también reconozca tu poderío y majestad sobre cualquier problema. Señor, sabemos que cuando Tú inicias una obra la culminas por encima de todo. Confiamos en ti Señor, por Cristo Jesús. Amén.
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