martes, 27 de enero de 2015

Dejarse ministrar

Dios ofrece intervenir en el lugar donde se cultiva la vida plena, en nuestro interior.
Mateo 11:23-30 Y tú, Capernaúm, ¿acaso serás levantada hasta el cielo? No, sino que descenderás hasta el abismo. Si los milagros que se hicieron en ti se hubieran hecho en Sodoma, ésta habría permanecido hasta el día de hoy.
Pero te digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Sodoma que para ti.
En aquel tiempo Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños.
Sí, Padre, porque esa fue tu buena voluntad.
Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo.
Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.
Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. 

Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana.
La mitad de nuestra batalla para solucionar nuestras dificultades se acaba cuando caemos de rodillas y nos presentamos delante del trono de la gracia. Esto resulta mucho más sugerente para aquellos que están agobiados por las cargas que llevan. El estado de fatiga interior es una de las pocas situaciones que logran quebrar ese obstinado espíritu de autosuficiencia, que habitualmente acompaña nuestro andar. Si conseguimos responder a la invitación de ir a Él, habremos avanzado significativamente hacia una solución definitiva para nuestra situación.
Cuando nos presentamos delante de Él, sin embargo, no muere nuestra tendencia de querer echar mano de lo que estamos buscando en forma terrenal. 
La persona que se presenta delante del trono no echa mano del descanso así como así, porque el descanso está en manos del Hijo de Dios
Al igual que el hijo pródigo, podemos presentarnos delante del Padre con nuestras propuestas de cómo Él debiera intervenir en nuestras vidas. Pero sin percibirlo, seguimos siendo nosotros los protagonistas de esta aventura espiritual. Mas el desafío no es que nosotros sigamos dirigiendo los asuntos de nuestra vida, sino que cese nuestra actividad, es asumir una postura pasiva. Se trata de incorporar la exhortación del salmista: Estad quietos y conoced que yo soy Dios; seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra. (Salmos 46.10)
En el texto que estamos analizando, Jesucristo plantea una propuesta similar: yo os haré descansar. (Mt 11.28) Esta frase describe una acción realizada sobre el agobiado. La persona que se presenta delante del trono no echa mano del descanso, porque el descanso está en manos del Hijo de Dios. La propuesta del Señor es que nos quedemos quietos para que Él pueda ministrar a nuestros espíritus.
En la invitación de Jesús se hace visible una reiteración del mensaje de Salmos 23. En este salmo vemos la similitud de la construcción de los verbos a la de este texto. Nada me faltará; en lugares de delicados pastos me hace descansar; juntos a aguas de reposo me conduce; él me restaura el alma; me guía por senderos de justicia; su vara y callado me infunden aliento; me prepara mesa delante de mis enemigos; me unge la cabeza. En cada una de estas situaciones, la oveja (el cristiano) es la receptora, y no la generadora de cada acción. Recibe un servicio de parte del pastor: provisión, descanso, dirección, guía, restauración, aliento, seguridad, unción. Describe una relación de dimensiones absolutamente sencillas: ellas reciben, y Él da. La responsabilidad de la oveja es una sola: dejarse pastorear. El pastor se ocupa de lo demás.
Esto presupone que, al presentarnos delante del trono, no estaremos tan apurados como para que Él no pueda, ni siquiera, estirar su mano para acariciarnos. Debemos estar dispuestos a quedarnos allí hasta que hayamos alcanzado el descanso.
¿Qué propone Jesús para los agobiados? No les ofrece una plena solución de sus problemas, aunque muchas veces toda nuestra atención está enfocada ahí. Más bien ofrece intervenir en el lugar donde se cultiva la vida plena, en nuestro interior. La tormenta puede seguir con la misma intensidad, pero Él ofrece darnos esa condición interna que nos permite hacerle frente, sin ansiedad, a la causa principal de nuestra angustia.

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