Sucedió en el mes de Nisán, en el año veinte del rey Artajerjes, que estando ya el vino delante de él, tomé el vino y lo serví al rey. Y como yo no había estado antes triste en su presencia, me dijo el rey: ¿Por qué está triste tu rostro? Pues no estás enfermo. No es esto sino quebranto de corazón. Entonces temí en gran manera. Y dije al rey: Para siempre viva el rey. ¿Cómo no estará triste mi rostro, cuando la ciudad, casa de los sepulcros de mis padres, está desierta, y sus puertas consumidas por el fuego? (Nehemías 2:1-3).
Nehemías está en oración y ayuno, su corazón tiene una carga y ha estado trabajándola durante 2 meses de clamor. Durante ese tiempo ha recordado quien es su Dios, cuáles son sus promesas y ha estado meditando en la petición que hará. En esas condiciones aparece la oportunidad.
Podríamos decir que, la ocasión solamente se les aparece a los que están preparados, pero no sería totalmente exacto. En realidad, hay miles de oportunidades dando vueltas, pero solamente la gente que se ha preparado las puede reconocer. Miles de puertas abiertas, sin atrancarse con llave ni trancas, no son traspuestas porque la gente nunca intenta abrirlas.
Son como aquel siervo del palacio del rey Saúl, que cuando el rey necesitó a alguien preparado, tuvo que recomendar a David, porque él no estaba listo para la tarea requerida y el hijo de Isaí sí.
Si estamos en esos días, la oportunidad se presentará y la reconoceremos. Dios abrirá una puerta para traer el bien y el amor de Dios a nuestro lugar. En algún momento, Jesús nos pedirá que hagamos algo por la multitud, y aunque sólo tengamos cinco panes y dos peces, deberemos accionar porque Dios multiplica lo poco que tengamos a favor de las personas.
Sigue orando y ayunando, la oportunidad se va a presentar y entonces todo cambiará.
Señor, gracias, porque aunque el tiempo parezca transcurrir sin cambios, sé que viene el día en que la puerta se abrirá y, cuando eso ocurra, sabré reconocerlo. No viviré días de lamento por las oportunidades perdidas, sino que aprovecharé cada oportunidad que me venga, para bendecir a mi ciudad y a mi prójimo. Amén.
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