No se turbe vuestro corazón…
En la casa de mi Padre muchas moradas hay…
voy, pues, a preparar lugar para vosotros.
vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo,
para que donde yo estoy,
vosotros también estéis.
Juan 14:1-3.
Es comprensible la tristeza de los discípulos de Jesús cuando su Maestro les habló de su partida; por eso lo hizo con mucha dulzura. Él no quería que estuvieran turbados, pues iba a la casa de su Padre, la casa en donde reina la paz y la felicidad perfecta. Jesús les dijo: “Si me amarais, os habríais regocijado, porque he dicho que voy al Padre; porque el Padre es mayor que yo.” (Juan 14:28).
Además había otra razón para no estar tristes, y el Señor los tranquilizó dándoles el verdadero motivo de su promesa: “Vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis”. En esta frase expresó todo su amor por los suyos.
Puede imaginarse la sorpresa de los discípulos: ¿Cómo sabrían el camino para ir al cielo desde la tierra? ¿Cómo ocurriría eso? Más tarde les fue revelado ese gran misterio. Jesús no enviaría a nadie por los que creen en Él, sino que vendría Él mismo. “Y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).
Jesús les dijo que iba a prepararles lugar, pero no les dijo el precio que debía, e iba a pagar para conseguirlo. Pagarlo, para que unos pecadores culpables pudiesen ser admitidos en la santa morada de Dios; era necesario que Cristo sufriese en la cruz el castigo de Dios contra sus pecados. Este era el precio, y es otro aspecto de su amor por ellos.
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