Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo, y lleva fruto y crece también en vosotros, desde el día que oísteis y conocisteis la gracia de Dios en verdad. Colosenses 1.3-6
Gracia es la benevolencia y la misericordia de Dios, concedidas a quienes éramos indignos de recibirlas. Pero, por su gracia, ofrece salvación para que todo aquel que ponga su fe en Jesucristo como Salvador, pueda tener una nueva relación con el Padre celestial. Y a partir de ese momento, Dios . . .
• Declara que hemos sido justificados. El Padre ve la justicia de Cristo como nuestra (2 Corintios 5.21). La culpa y la vergüenza del pecado han sido quitadas (Romanos 8.1), y podemos vivir confiadamente para el Señor Jesús, no importa lo que hayamos sido antes.
• Nos reclama como su familia, pues nos adoptó espiritualmente para que pudiéramos llegar a ser hijos de Dios y llamarlo “Padre”.
• Nos hace coherederos con Cristo. Y nos garantiza y reserva una herencia que recibiremos en el cielo, cuando vayamos a pasar la eternidad junto a Él. Pero además, nos libera del amor a las cosas materiales de este mundo, pues pasamos a ser verdaderamente ricos (2 Corintios 8.9).
• Nos da, a quienes estábamos muertos espiritualmente, un nuevo corazón y un nuevo espíritu. Puesto que ahora somos salvos, Dios nos ha dado una vida nueva en Cristo (2 Corintios 5.17).
• Nos levanta de la vida que una vez vivimos, a una nueva vida con Él. El Espíritu Santo habita en los creyentes, y su fruto es amor, gozo y paz.
• Nos hace libres del poder del pecado, de Satanás, y de nuestro ego. La obediencia y la victoria se convierten en una realidad en nuestra vida a medida que nuestra fe en Jesucristo crece.
Alabado sea Dios por su gracia infinita.
Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. Efesios 2.1-10
¿Por qué razón muchos que han puesto su fe en Jesucristo se sienten derrotados? Puede ser porque no han llegado a entender por completo, lo que sucedió cuando fueron salvos. O porque quizás, estén tratando de entender lo que significa ser salvos de verdad.
Desde la perspectiva de Dios, antes de que confiáramos en Cristo como nuestro Señor y Salvador, estábamos muertos en nuestros pecados (Efesios 2.5), bajo su ira (Juan 3.36), y condenados a la separación eterna de Él (Apocalipsis 20.15). Nos veía como personas que merecían la condenación, y cuyos esfuerzos eran inútiles contra la ira divina, como rebeldes incapaces de volvernos a Él, de no ser por la obra del Espíritu Santo.
Dios nos veía como desvalidos e irremediablemente perdidos. Era evidente que se necesitaba algo superior a nosotros para hacernos aceptables a sus ojos. Y Dios nos amó tanto que estuvo dispuesto a hacer lo que fuera necesario para rescatarnos de nuestra terrible condición.
Su solución fue la gracia. Dios envió a un Salvador que cargó con nuestros pecados, que se hizo pecado por nosotros, y que sufrió la ira del Padre por esos pecados. Este Salvador era el unigénito Hijo de Dios, quien pagó la deuda que debíamos por nuestras transgresiones pasadas, presentes y futuras. Una deuda que nosotros jamás podríamos haber pagado.
Jesús fue el Cordero que derramó su sangre en nuestro lugar. Un Redentor que nos rescató de la muerte espiritual y nos hizo aceptables delante Dios. Fue un milagro de vida, un renacimiento para todos los que habríamos de creer, porque una vez estuvimos muertos espiritualmente.
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