miércoles, 17 de diciembre de 2014

El Señor de nuestra vida

La palabra Señor no se debe usar casualmente. Cuando aparece en relación con Jesucristo, se refiere al Dios que es soberano sobre la vida y toda la creación, Aquél que gobierna la vida de otros para el bien de ellos.
Recuerdo que, estando hospitalizado hace algunos años, llegué a reconocer que estaba allí porque Cristo no era el Señor de mi vida. Si alguien hubiera estado observando mi vida en aquel tiempo, probablemente le parecería que yo estaba sirviendo a Dios con todo mi ser, pues estaba sobrecargado de proyectos y planes para la obra del reino. Pero ese era, en realidad, el problema. Cuando Dios me dijo que me detuviera, que redujera la velocidad, o que hiciera algo diferente a lo que ya tenía planeado, seguí adelante. Postrado en esa cama del hospital, estuve el tiempo suficiente para que el Señor me recordara que Él era el único que podía dirigir mi camino (Jeremías 10.23).
Usamos la palabra Señor en nuestras conversaciones y en nuestras oraciones, pero después olvidamos su significado cuando desafiamos su voluntad y su trabajo en nuestra vida. Eso sí, nuestra resistencia es, por lo general, sutil y particular. Por ejemplo, un creyente puede poner condiciones para obedecer, diciendo: “Haré lo que Dios me diga si . . .”, o “Quiero hacer lo que es correcto, pero . . .”
...Pero la pregunta del Señor Jesús a sus discípulos en Lucas 6.46, debieron haberla sentido como un puñal en el corazón: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” Si hacemos una súplica al Señor, también tenemos que estar listos para obedecerle sin pretextos. Al fin y al cabo, Él es quien nos gobierna para nuestro bien.

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