lunes, 29 de diciembre de 2014

Carta a Dios: Querido Dios, no me sueltes

“¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto. Me apresuraría a escapar del viento borrascoso, de la tempestad”.
Salmos 55:6-8
Este tremendo silencio me rodea y, bueno, en realidad, más que rodearme me duele. Me duele porque aunque sé que no es perenne, las circunstancias muchas veces, me hacen pensar que tu mirada se ha desviado de mí. Quizá porque aún no logro ver la luz al final de este túnel oscuro que estoy transitando.
Pero aún así, sé que tu mano no me ha dejado de sujetar ni un minuto. Aunque, bueno, a veces me pregunto si estás escuchando mis oraciones porque parece que no es así, pero sé que sí, que me estás escuchando atentamente. Es cuando tus ojos están más fijos en mí y tus oídos más atentos al clamor de mis súplicas. Lo sé más allá de mis sentidos y de lo que percibo o veo, porque sé que eres fiel y que me amas profundamente.
Sé que a pesar de que muchas veces no logro ni siquiera poder definirme o hablar, porque es tanto el dolor que siento que solo me causa silencio y agotamiento, Tú interpretas cada cosa que te dice mi corazón casi moribundo. Entonces le infundes vida y vuelve a latir, a sobreponerse, a luchar y enfrentarse a los retos que se le presentan.
Dios de mi vida, gran amor de mi corazón, luz de mi alma, no permitas que me suelte de tus manos. No permitas que transite el camino, alejada de tu voluntad y propósito. No dejes que el miedo me desenfoque, ni que lo oscuro que parece el camino y el viaje me desvíen de lo que has determinado para mí. Porque yo sin ti sencillamente, soy un pájaro herido clamando desesperadamente por ayuda.
Señor, sin ti moriría clamando sedienta por un vaso de agua. Sin ti mis pétalos serían marchitos, secos, tristes y caerían sin sentido a tierra. Yo, sin embargo, deseo ser esa flor que expida tu perfume con pétalos sanos que reflejen tu belleza.
Dame tu serenidad, abrígame en tu pecho, afírmame con tus certezas. Condúceme siempre por tu senda y haz que tu amor y gracia siempre prevalezcan en mí sobre todo, incluso sobre mis propios deseos y pensamientos.

Con todo el amor de tu hija que te ama,


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