Dios hablaba bastante en serio cuando decía en el libro de Eclesiastés, que hay un tiempo para todo lo que se quiera hacer mientras tengamos vida. Él sabía perfectamente, que sólo nos gustarían los tiempos “buenos” y que ante la adversidad, querríamos esconder nuestra cabeza en la tierra, como hacen los avestruces.
Pero como a Dios no se le escapa nada, aunque nosotros creamos que a veces pestañea y algo se le pasa, se preocupó de dejarnos por escrito, la certeza de que nada de lo difícil que vivamos será eterno, y que sin embargo, tenemos que vivirlo porque es parte de nuestro proceso de aprendizaje. De un aprendizaje experiencial que tiene una riqueza y valores únicos, porque nadie lo puede aprender por mí, o lo puede aprender como lo hago yo.
Así también, experimentamos momentos de mucho dolor, y momentos de extrema felicidad en los que sentimos que el corazón nos va a explotar de tanta alegría; los celebramos y compartimos con el mundo entero, y otras veces decidimos guardarlo sólo para nosotros. Vivimos instantes en los que buscamos muchas respuestas y queremos alcanzar muchos logros académicos, profesionales, personales, espirituales, etc. Y otros, en los que solo el despertar con vida es suficiente…
Así somos, vivimos y transitamos por muchos estados, y Dios lo sabía tan bien que se anticipó a nuestras crisis existenciales y escribió este capítulo, para mostrarnos que todo es pasajero, que no debemos preocuparnos de manera excesiva cuando las cosas no están bien, y que no debemos acomodarnos y “dejarnos llevar” cuando las cosas están muy bien.
Lo mejor de todo es que este pasaje no sólo nos habla de un tiempo sino de una “temporada”, lo que implica que de este período de tiempo habrá un fruto que obtendremos. Como ejemplo, cuando es temporada de frutas y verduras en el verano, y cuando ciertas plantas florecen solo en épocas determinadas del año, en todo momento hay un fruto, sea cual sea la temporada. Otro ejemplo, si vamos al supermercado, a la sección de frutas y verduras siempre las hay, no importa si es invierno o verano, siempre hay…la tierra siempre da frutos; y así como la tierra siempre da frutos, las distintas “temporadas” de nuestra vida también dejan un producto en nosotros; este “fruto” puede llamarse humildad, misericordia, crecimiento, aprendizaje, sencillez, amor, aprender a pedir perdón y perdonar, paciencia, mansedumbre, mayor fe, tolerancia a la incertidumbre y todos los que se te pueden llegar a ocurrir.
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