viernes, 7 de noviembre de 2014

Todo tiene su tiempo

Dios hablaba bastante en serio cuando decía en el libro de Eclesiastés, que hay un tiempo para todo lo que se quiera hacer mientras tengamos vida. Él sabía perfectamente, que sólo nos gustarían los tiempos “buenos” y que ante la adversidad, querríamos esconder nuestra cabeza en la tierra, como hacen los avestruces.
Pero como a Dios no se le escapa nada, aunque nosotros creamos que a veces pestañea y algo se le pasa, se preocupó de dejarnos por escrito, la certeza de que nada de lo difícil que vivamos será eterno, y que sin embargo, tenemos que vivirlo porque es parte de nuestro proceso de aprendizaje. De un aprendizaje experiencial que tiene una riqueza y valores únicos, porque nadie lo puede aprender por mí, o lo puede aprender como lo hago yo.
En el capítulo 3 de Eclesiastés, se encuentran grandes verdades sobre los procesos que vivimos en el ámbito espiritual y emocional. Todos los cristianos en algún momento de la vida, experimentamos un nuevo nacimiento, que fue el día en que permitimos que Cristo viviera en nuestro corazón, pero también vivimos procesos en los que sueños que teníamos no se cumplieron, en los que planes y proyectos desaparecieron, o personas con quienes contábamos, ya no están más. Hemos tenido momentos en que hemos entregado nuestro tiempo, afectos, recursos y ayuda, así como también lo hemos recibido de regreso. Y ha habido otros momentos en los que fue necesario desarraigar cosas de nuestro carácter o de nuestra vida, porque avanzamos hacia otra etapa y debimos ir más livianos y empezar desde cero; o bien, aquello que construimos: amigos, familia, trabajo, profesión ya no son suficientes ni nos llenan el alma, y ahora necesitamos centrarnos en aquello que es más relevante.
Así también, experimentamos momentos de mucho dolor, y momentos de extrema felicidad en los que sentimos que el corazón nos va a explotar de tanta alegría; los celebramos y compartimos con el mundo entero, y otras veces decidimos guardarlo sólo para nosotros. Vivimos instantes en los que buscamos muchas respuestas y queremos alcanzar muchos logros académicos, profesionales, personales, espirituales, etc. Y otros, en los que solo el despertar con vida es suficiente…
Así somos, vivimos y transitamos por muchos estados, y Dios lo sabía tan bien que se anticipó a nuestras crisis existenciales y escribió este capítulo, para mostrarnos que todo es pasajero, que no debemos preocuparnos de manera excesiva cuando las cosas no están bien, y que no debemos acomodarnos y “dejarnos llevar” cuando las cosas están muy bien.
Lo mejor de todo es que este pasaje no sólo nos habla de un tiempo sino de una “temporada”, lo que implica que de este período de tiempo habrá un fruto que obtendremos. Como ejemplo, cuando es temporada de frutas y verduras en el verano, y cuando ciertas plantas florecen solo en épocas determinadas del año, en todo momento hay un fruto, sea cual sea la temporada. Otro ejemplo, si vamos al supermercado, a la sección de frutas y verduras siempre las hay, no importa si es invierno o verano, siempre hay…la tierra siempre da frutos; y así como la tierra siempre da frutos, las distintas “temporadas” de nuestra vida también dejan un producto en nosotros; este “fruto” puede llamarse humildad, misericordia, crecimiento, aprendizaje, sencillez, amor, aprender a pedir perdón y perdonar, paciencia, mansedumbre, mayor fe, tolerancia a la incertidumbre y todos los que se te pueden llegar a ocurrir.

No importa en qué temporada de tu vida estés, que recibirás un fruto, tendrás un producto único entre tus manos, regado por el Espíritu Santo y abonado por Jesús ¡No hay por dónde perder! TODO  es ganancia, TODO es aprendizaje. 

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