domingo, 12 de octubre de 2014

“Titanic” – Restos de un naufragio en el fondo del alma

¿Quién no ha leído, visto o escuchado alguna vez algo de aquel legendario barco de principios del siglo XX, llamado “Titanic”? Sus constructores se vanagloriaban de que “no podría hundirse jamás”.
Su viaje inaugural fue el primero y el último. Había zarpado desde Southampton, Inglaterra, con destino a Nueva York, EE.UU, la noche del 14 de abril de 1912. A mitad de su trayecto, un gigantesco iceberg le hizo una brecha en el casco, en las heladas aguas del Océano Atlántico Norte. Aquel infortunado hecho le costó la vida a más de mil quinientas personas.

¿Y qué tiene que ver esto con nosotros? Pues, bien, La historia que nos ocupa tiene un paralelismo con esto. Es una historia en particular, pero que se puede extrapolar a la de muchos chicos que hoy, sufren arrastrando las cadenas de un pasado difícil.

Era un joven como tantos otros  que poco después de convertirse, deseaba más que nada en el mundo, servir a Dios. Fue grande (a sus propios ojos, claro está). Era muy inteligente, capaz y trabajador; como también, rebelde, prepotente, soberbio y arrogante. Gustaba de sentarse en los primeros asientos de la Iglesia, porque disfrutaba con hacerse ver, llamar la atención, deslumbrar, “lucirse” delante de la gente. “Hundirse” no estaba en sus planes precisamente. En pocas palabras: era un verdadero “Titanic”.

Muchos años después de joven, regresó con su familia a la pequeña iglesia de su juventud. Se había ido de allí con problemas con su ministro. Hoy, después de muchos años, otra vez los volvía a tener...

En la gesta del “Titanic”, después de casi un siglo, pudieron ser extraídos hacia la superficie objetos y restos del desastre para su estudio y análisis. Se estudiaron relatos de testigos y supervivientes, planos del barco, informes meteorológicos de la época; se consultó a técnicos, constructores, navegantes e ingenieros. Se realizaron mediciones y se tomaron numerosas imágenes de los restos de la embarcación en el fondo del océano.

...Pues algo muy parecido estaba ocurriendo ahora con su vida. La situación que vivía, al principio le causó desánimo y frustración, pero pronto descubrió que sentía experiencias, recuerdos, emociones y sentimientos que habían estado “hundidos” muy en lo profundo de su corazón.
Como emergidos desde el fondo del mar, hallamos durante ese año con su esposa, objetos, agendas, fotos y testimonios de su juventud y sus primeros años en aquella pequeña congregación. Cosas que además de examinar, estudiar y analizar, también fueron motivo de una cuidadosa reflexión.
Comprendió entonces, que ahora se encontraba exactamente donde había sido el punto de su naufragio.
Clamó a Dios y Él obró. Pidió a Dios que le revelara sus errores. Los que conocía y los que le eran ocultos, y fue entonces, cuando se hizo la luz. Años de soledad, marginación, una familia irregular, una niñez difícil, con mala salud, temor, carencias, desasosiego y conflictos personales no resueltos, habían hecho de él un joven retraído, enfermizo y con muy baja autoestima.
Volver al punto de su naufragio le ayudó a comprender que sin saberlo, se veía a sí mismo como un miserable y un perdedor. Vivía frustrado y resentido. Pero su soberbia no era más que un vano intento de compensar su baja autoestima. En pocas palabras, presumir de la grandeza que no tenía.
Se quebró y entendió que su vida continuaría así, a menos que reconociera la derrota de saber de quién es la batalla y quién está al mando.
Cuando miró al Señor con humildad y le reconoció también su derrota, conoció la victoria.


Abre tus ojos y tu corazón a la luz de Dios. Clama y te responderá. Te sorprenderás de las cosas que va a mostrarte de ti mismo. Cosas que siempre estuvieron allí, delante de tus propios ojos, solo que no las podías ver. Entonces, y solo entonces, tu alma tendrá una carga menos.


No hay comentarios:

Publicar un comentario