jueves, 2 de octubre de 2014

La subasta pública de un alma

Se cuenta que hace muchos años, Rowland Hill predicaba en una de las grandes ciudades de Inglaterra. Hill era en aquel tiempo, un famoso predicador, y la gente acudía de todas partes a escucharle, aunque se tratara de largas distancias.
Una noche, mientras se desarrollaba una de las reuniones, un coche se detuvo ante la puerta del lugar y Lady Anne Erskine, una de las damas de la alta sociedad, descendió del carruaje y penetró en el salón. Lady Erskine era muy conocida en la ciudad por sus riquezas y ostentación. Era la primera figura en las tertulias, bailes y teatros de aquel entonces y, por otro lado, poco dada a frecuentar la iglesia. Pero ese día sintió grandes deseos de escuchar al gran predicador.
El Dr. Hill la vio entrar, y reconocerla fue algo instantáneo. Rápidamente, cruzó un pensamiento por su mente: ”Se me presenta la oportunidad para ayudar a este alma.” Inmediatamente interrumpió el mensaje, levantó un brazo, y con voz poderosa para que todos pudieran oírlo, exclamó: “Lady Erskine acaba de llegar a nuestra reunión. Ahora mismo vamos a vender su alma en subasta pública.”
La señora se quedó muy sorprendida, como de una sola pieza, y como todos los ojos se clavaron en ella, deseó que "la tierra se la tragara" de vergüenza. Sin embargo, no pudo retirarse a tiempo, porque el predicador ya estaba diciendo: “¿Quien comprará el alma de Lady Erskine?”
Después de lanzar semejante proposición, se detuvo un instante para seguir diciendo; “Observo que hay varias personas deseosas de comprar, dispuestas a pagar por este alma.” Y dirigiéndose a la multitud que le escuchaba, dijo:
—”Dime MUNDO, ¿qué darías tú por el alma de esta dama?”
—”Le daré todo el esplendor y la gloria que tengo a mi disposición: honor, prestigio, una vida de lujo, comodidades y entretenimientos.”
—¿Nada más? ¿No le darás, por añadidura, la inmortalidad y la vida eterna?”
— “No, porque no poseo esos valores ni para mí mismo.”
—”Entonces tal precio no nos satisface. MUNDO, no te la llevarás, ¿porque de qué le servirá a esta dama elegante ganar todo el mundo si, a fin de cuentas, pierde el alma?” Pero desde aquí veo que hay alguien más que hace una oferta por su alma. Es Satanás.”
—”SATANÁS: ¿qué ofreces por el alma de Lady Erskine?”
—”Le ofrezco la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Le daré la adulación del mundo. Le daré libertad para hacer lo que se le antoje hasta más no poder. Que satisfaga todos sus apetitos; que agote del todo la copa del placer mundano.”
—”Y ¿qué demandarás tú a cambio de todo esto?”
—”Su alma. Que de una vez por todas pase a mi poder.”
—”Tu precio es demasiado alto. No te la llevarás, Satanás, porque tú eres homicida desde el principio: el gran impostor, el gran mentiroso, el padre de la falsedad y la hipocresía.” Oigo que otra persona quiere hacer una oferta. Es el Señor Jesús. ¿Qué ofreces por el alma de esta mujer?
—Ya he dado mi propia vida por ella puesto que, en la cruz del Calvario, pagué el precio del rescate de todo el mundo. Yo llenaré su corazón de paz; la paz que sobrepasa a todo entendimiento, la paz que el mundo no tiene y no puede quitar. La vestiré con el manto de la justicia divina y la adornaré con el oro de la fe. Le daré la perla de gran precio con abundante gozo y alegría, le daré tesoros que este mundo no puede proporcionar, y nadie la podrá arrebatar de mi mano. Yo le seré compañero y amigo constante mientras peregrine por este mundo pecaminoso, y cuando haya terminado su carrera, la recibiré en las mansiones eternas, porque donde Yo estoy allí están también mis servidores.”
— “¿Y qué pides a cambio de estos gloriosos obsequios?”
—”Su pecado. Su conciencia manchada. Todo cuanto la oprime y la atormenta.”
— "Señor Jesús: TÚ la tendrás. Es tuya y será tuya toda la eternidad.”
— “Señora Erskine, ¿está usted conforme con esta oferta?”
—”SÍ,” contestó ella con voz alta y firme, mientras una emoción muy honda embargaba a toda la concurrencia. Lady Erskine cumplió su promesa. Desde esa misma hora cambió el rumbo de su vida, dejó a un lado las frivolidades y el oropel, se negó a participar de festividades vanas, y fue fiel a su Señor y Salvador.

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