Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. (2 Pedro 1:5,7b)
¿Te has dado cuenta de que cuanto más ocupado estés, menos amable eres con la gente? Es así, porque la amabilidad es parte del "fruto del Espíritu", no es producto de la carne (Gálatas 5:22), y no sucede por sí sola, o como resultado de un buen sermón de un domingo por la mañana; no, tienes que practicarla. Debes hacer lo que dijo Pedro: "... poned toda diligencia en añadir a vuestra fe... amor." (2 Pedro 1:5,7b)
Años después, cuando él era presidente, aquel mismo colega fue recomendado para ocupar un puesto de embajador, pero McKinley se lo denegó. Dijo: "Si su gentileza es igual a la que demostró aquella mañana en el tranvía, temo lo que podría hacer representándonos en un país extranjero". El congresista decepcionado, nunca supo por qué McKinley eligió a otro en su lugar.
¿De qué sirven los incansables esfuerzos motivados por la ambición personal, o un deseo de servir derivado de la necesidad de dominar? Reconócelo, sin la amabilidad, ¿de qué nos sirven todos los títulos, tradiciones, testimonios y teologías? La respuesta está aquí: "... si tuviera profecía, y entendiera... todo conocimiento..., y no tengo amor, nada soy" (1 Corintios 13:2). Por tanto, hoy, decídete a practicar la amabilidad.
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