domingo, 5 de octubre de 2014

El Único Juez... Dios

PROVERBIOS 25: 7b-8 “Lo que atestigües con tus ojos no lo lleves de inmediato al tribunal, pues ¿qué harás si a fin de cuentas tu prójimo te pone en vergüenza?” 
Frecuentemente, acostumbramos a observar y criticar todo de las demás personas, sin revisarnos primero a nosotros mismos, tal como la historia siguiente:
Una pareja de recién casados, se mudó para un barrio muy tranquilo. En la primera mañana en la casa, mientras tomaba café, la mujer reparó a través de la ventana, que una vecina colgaba sábanas en el tendedero y dijo: 
-“Quizá necesita un jabón nuevo… ¡Ojalá pudiera ayudarla a lavar las sábanas!”.- El marido miró y quedó callado. Élla continuó hablando: 
-“Qué sábanas tan sucias cuelga la vecina en el tendedero!” 
jusgandoY así, cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, mientras la vecina tendía sus ropas al sol y el viento. Al mes, la mujer se sorprendió al ver a la vecina tendiendo las sábanas limpiecitas, y dijo al marido: 
-“¡Mira, aprendió a lavar la ropa! ¿Le enseñaría otra vecina?”  El marido le respondió: 
-“¡No, hoy me levanté más temprano y lavé los cristales de nuestra ventana!”
Y la vida es así. Todo depende de la limpieza de la ventana a través de la cual observamos los hechos. Antes de criticar, sería conveniente comprobar si hemos limpiado nuestro corazón para poder ver más claro. Entonces podremos ver con nitidez la limpieza del corazón de los demás. 
Una de las cosas que nos hace muy humanos, no necesariamente en el buen sentido de la palabra, es nuestra rapidez en emitir juicios. Muy a menudo, cuando observamos el comportamiento de nuestro prójimo, analizamos los datos a nuestra disposición y con pasmosa velocidad, llegamos a una conclusión, habitualmente condenatoria y la mayoría de las veces errónea.
Desde el punto de vista de las probabilidades, es muy posible que estemos en lo correcto, pues el pecado es la norma y no la excepción, pero en un juicio no podemos basarnos en probabilidades sino en hechos y evidencias sólidas.
Frecuentemente no conocemos todos los detalles de un asunto, pero esto no nos impide que lleguemos a una conclusión, como si lo supiéramos todo al respecto. Este afán por emitir un juicio a pesar de no contar con todos los detalles, es lo que nos mete en problemas muchas veces.
En primer lugar, porque estamos llegando a conclusiones erróneas por no tener toda la información del caso, y en segundo lugar, porque lo más probable es que comentemos nuestro juicio con otros y nos convirtamos en portadores de chismes e intrigas. 
El Señor Jesús fue muy claro al respecto, y a quienes caen en este error los llama hipócritas: No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes. Porque tal como juzguen se les juzgará, y con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes.  
¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano. 
Infinidad de veces nos detenemos a criticar y pensar mal de nuestros semejantes sin mirarnos y analizarnos a nosotros mismos. Debemos primero, examinarnos interiormente para sacar conclusiones de los demás. Y en todo caso, debemos ayudarnos unos a otros a llevar las cargas. 
Necesitamos apoyarnos los unos en los otros, consolarnos, ayudarnos mutuamente y aconsejarnos los unos a los otros, y así fortalecernos en medio de la adversidad, porque la adversidad no debilita al hombre sino que le muestra lo que es.
Es en los momentos de debilidad, lucha, adversidad y fallos cuando necesitamos al hermano, ¿por qué no decidirnos a estar dispuestos a soportar las cargas de los demás? Recordemos que el único juez es el Señor Jesús y a ÉL, todos tendremos que dar cuenta de nuestras acciones u omisiones. 
Señor, perdóname porque muchas veces he juzgado al que me ha fallado, me he apartado de él/ella y no he querido llevar su carga, pero hoy veo que es necesario aprender a soportar las cargas de esas personas, así como Tú has soportado mis cargas y mis fallos. Quiero proyectarme hacia los demás con una nueva actitud y sé que en esto Tú me ayudarás y me sostendrás. En el nombre de Cristo. Amén.

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