domingo, 26 de octubre de 2014

Déjate amar

Yo no sé si soy demasiado observador o estoy demasiado atento, pero hay veces en que una sola frase me resuena el día entero. Es como si me la hubiesen dicho a mí y, bueno, la asumo como si así hubiese sido.
Recientemente, tuve la oportunidad de asistir a una conferencia que hablaba sobre la manera de amar que tienen los niños, desde el nacimiento hasta los 13 años aproximadamente. Enfatizaba en la importancia de los primeros años de vida en el desarrollo del niño o niña y cómo sus experiencias van definiendo o perfilando su vida, incluso la manera en que amarán de adultos. Esto último me pareció sumamente importante, ya que cuando nos encontramos en la vida adulta con otra persona, hay muchas cosas de su vida que desconocemos, y más aún, cuando nos involucramos sentimentalmente con alguien, no sabemos cómo ha sido su experiencia temprana de amar, lo que podría ayudarnos a comprender por qué hace o no, una determinada acción o conducta.

Dentro de todo lo que escuché en la conferencia, me quedo con una idea principal que conjunté entre varias frases que señaló la expositora: “Para poder amar hay que reconocer que se ha enamorado y dejarse amar por el otro… dejar enamorarse”Profundicemos en la fuerza de esta declaración.

Por una parte, la palabra "reconocer" ya lleva implícito valor y coraje. Reconocer algo ya forma parte de un proceso de reflexión interna, pero "reconocer" que se está enamorado, es aún más extraordinario. Cuando yo reconozco algo lo hago visible para mí, y al hacerlo visible, lo asumo como una realidad. Por lo tanto, si reconozco esta realidad me hago responsable de ella y si necesitase cambiar algo, lo haría. Por consiguiente, si estoy enamorado, asumo una responsabilidad al respecto, un compromiso, y esta visión ya es novedosa e implica un trabajo duro.

Por otra parte, y aquí me quiero detener, cuando la conferenciante declara que hay que "dejarse amar por el otro…dejar enamorarse”, tiene que ver con las “licencias” que yo me concedo. Muchas veces, somos nosotros mismos los que nos encorsetamos con algo, nos encerramos en reglas o coartamos nuestra libertad poniéndonos requisitos que nadie nos pide ni tampoco nos exige. Muchas veces somos nuestros propios verdugos. Es curioso, somos capaces de perdonar a otros grandes “faltas”, pero ese perdón parece no ser extensivo para nosotros mismos…

Dejarse amar por otros es uno de los muchos pasos que hay que dar para llegar a Jesús. Él sí que sabe de amor, y ese amor lo expresó amándonos, a ti y a mí. Y para que podamos experimentar ese auténtico e incondicional amor, ¡tenemos que dejar que nos ame! Su amor no será un amor que ahogue, sino que traerá libertad; no será un amor que quiera todo de ti, sino que dará todo de sí para que tú te sientas completa/o…Pero para poder experimentarlo debes dejarte amar, para empezar y por ejemplo, por las personas que te rodean. Si yo soy un puercoespín que levanta sus espinitas cada vez que alguien quiere acercarse a mí, no podré recibir el amor que otros me quieran entregar, y si me es difícil recibir el amor de seres de carne y hueso que puedo ver, tocar, sentir y oler, ¿cómo lo voy a hacer para recibir el amor de alguien que no puedo ver, ni tocar, ni sentir, ni oler?

El inicio de una relación con Jesús, es parecido a una relación con la gente. Guarda tus espinas, abre tu corazón y date el permiso de recibir el amor de quienes te rodean; solo así podrás aprender a recibir y disfrutar el amor incondicional que encontramos en Cristo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario