jueves, 23 de octubre de 2014

¿Cómo Empiezan las Guerras?

En cierta ocasión un niño preguntó a su padre:  “¿Cómo empiezan las guerras, papá?”
El padre respondió: “Por ejemplo, la primera guerra mundial empezó cuando Alemania invadió Bélgica.”
Su esposa se apresuró a interrumpirle: “¡Dile la verdad al niño! ¡Empezó con un asesinato!”…
El marido se irguió con aires de superioridad, y dijo bruscamente:
“¿Quién está respondiendo, tú o yo?”
¡Ella, dándose la vuelta, salió de la sala dando un portazo con todas sus fuerzas!
Cuando los platos dejaron de resonar en el armario, hubo un silencio ciertamente molesto, hasta que por fin el niño exclamó:
“Ya no hace falta que me expliques cómo empiezan las guerras, papá; ¡ya lo sé!”
¡Por discutir!

¡Todos lo hacemos a veces! Todos sabemos lo que es salir de una discusión con la boca seca, un nudo en la garganta, la cabeza caliente y dando vueltas, con pesar en el corazón, arrepentidos y sintiendo remordimiento por las palabras ásperas que hemos dicho.
Aunque parezca mentira, las discusiones destruyen más hogares que los incendios y los fallecimientos.
¡Todos sabemos que discutir por discutir es una pérdida de tiempo inútil! ¡No tenemos absolutamente nada que ganar, y en cambio perdemos tiempo, energías y la amistad de alguien!
¡Se dice que en una discusión, los únicos que realmente escuchan son los vecinos!
Hay a quienes les encanta discutir y hacen todo lo posible por demostrar la validez de su opinión. Prefieren perder un amigo que una discusión. Para otros, discutir se ha convertido en un hábito, en una reacción automática, y contradicen todo lo que se diga.
El estadista, filósofo y escritor de los primeros tiempos de los EE.UU., Benjamín Franklin, no podía contener el impulso de discutir. De joven no había nada que le gustara más que las discusiones, hasta que un amigo íntimo se lo llevó aparte y le dijo:
“¡Ben, eres imposible! Tus opiniones son una bofetada para todo el que no esté de acuerdo contigo. Tus amigos se lo pasan mejor cuando tú no estás presente. Te crees que sabes tanto que nadie te puede decir nada., y la verdad es que nadie ni siquiera lo va a intentar, porque su esfuerzo solo le produciría incomodidad y dificultad. De manera que, no es probable que llegues a saber más de lo que sabes ahora, lo cual en realidad es muy poco”.
Benjamín Franklin tenía la suficiente grandeza y sabiduría para aceptar estas crudas verdades, y darse cuenta de que estaba abocado al fracaso y a la catástrofe en su vida social. Por ello, se dispuso inmediatamente a cambiar su forma de ser, fanática y argumentadora, y llegó a ser uno de los hombres más queridos, sabios y diplomáticos de la historia de EE.UU., de hecho se le recuerda por haber afirmado:

“Si discutes, contradices y causas rencor. Es posible que a veces triunfes, pero será un triunfo vano porque nunca te ganarás el beneplácito de tu oponente”
¡Nadie gana jamás una discusión! ¡Uno puede gritar, chillar y discutir hasta ponerse morado, pero nadie creerá que el contrario tiene razón si no lo cree de verdad! Y aunque puede que a los demás les hubiera gustado estar de acuerdo, es posible que el tono de la voz de uno, los hubiera puesto muy a la defensiva, porque equivaldría a una humillación y una derrota total en el campo de batalla confesar que aquel tiene razón, aunque fuera solo en parte!
Recuerda que por muchos argumentos lógicos que emplees, no conseguirás que nadie cambie de parecer si no quiere cambiar.
¡Nueve de cada diez veces al final de una discusión, cada uno de los bandos estará más convencido que nunca de que tiene toda la razón!
¡Es imposible ganar una discusión, porque si se pierde, se pierde! ¡Y si se gana, también se pierde! ¿Por qué? 
Supongamos que triunfas sobre el otro y dejas sus argumentos por los suelos demostrando que está equivocado y que es un perfecto idiota. Entonces, ¿qué?
Tú te sientes bien, pero, ¿y la otra persona? Has hecho que se sienta inferior. La has herido en su amor propio. Es posible que se resienta, y… ¡Que sea convencido contra su voluntad, hace que siga opinando igual!
“¿QUÉ CAUSA LAS PELEAS Y DISPUTAS ENTRE VOSOTROS?” Santiago dice a continuación: “¿Acaso no vienen de las pasiones y deseos que combaten en vuestro interior? Codiciáis algo y no lo recibís… por eso combatís y lucháis.” (Santiago 4:1-2)
Así pues, la codicia y el egoísmo pueden ser algunas de las causas de las discusiones, para tratar de conseguir algo que egoístamente deseamos.
Otras discusiones pueden estar causadas por el orgullo.
Proverbios 13:10 dice: “La soberbia solo contiendas ocasiona; pero es sabio quien toma consejo.”
Además, como hemos visto claramente, muchas discusiones están causadas por la justicia propia, o insistir para hacer valer una opinión creyendo que se tiene toda la razón, y mientras uno se ensalza, al mismo tiempo se rebaja a la otra persona al contradecirla.
¡Y la causa de todo se puede resumir en la falta de amor!
¡El verdadero problema no es discutir. ¡El verdadero problema es la falta de amor! Esta es una de las cosas más importantes que el Señor quiere que aprendamos: a amar a los demás, a trabajar con ellos, a tratarlos, a concederles ventaja y darles el beneficio de la duda, a edificarlos desinteresadamente en vez de derribarlos egoístamente por medio de discordias y discusiones. 
¡Todo eso forma parte de aprender a amar! Ponernos en el lugar de los demás, “hacer con los demás como nos gustaría que hicieran con nosotros”. (Mateo 7:12)
¡Pídele a Jesús que te dé más amor y te ayude a superar la costumbre de discutir! Únicamente Él puede darte soluciones espirituales, transformar tu corazón y espíritu y llenarte de su Espíritu de Amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, suavidad de maneras y dominio de ti mismo. (Gálatas 5:22-23) ¡Sólo Él te puede dar la fortaleza y la gracia para amar y no discutir! ¡De modo que no te separes de Él!
El Amor, la Unidad y la Oración nos ayudan a resolver todos los problemas.

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