jueves, 23 de octubre de 2014

Crea en mí un corazón puro

Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
Los sacrificios no te satisfacen, si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias. Salmo 51;1-17
Hablar de pecado hoy no está muy bien visto. Es decir, las filosofías ateas lo presentan como un invento moral que reprime nuestros impulsos más genuinos y controla nuestras mentes. Sin embargo, el sentimiento de culpa de haber obrado mal, existe. Y permanece, por mucho que se niegue el valor de la moral cristiana.
Toda persona, además de cuerpo y mente, tiene lo que llamamos conciencia. Ella nos da el sentido del bien y del mal, común en todas las culturas del mundo. Entre una y otra civilización puede haber valores y criterios diferentes, pero hay ciertos aspectos en los que todas las culturas y religiones coinciden y están de acuerdo. El bien existe, y el mal también. Pecado es toda actitud deliberada que daña al hombre y sus relaciones, ya sea con los demás, consigo mismo, con el mundo o con Dios. El pecado, fruto perverso de la libertad, hiere a la humanidad y mutila el alma. 
¿Es innata la conciencia? Si no se desarrolla, queda latente en la persona y es entonces cuando decimos que alguien no tiene escrúpulos. Pero si se educa y se cultiva, la conciencia nos permite andar por la vida con unos principios éticos, favoreciendo una convivencia armoniosa y madurando nuestra humanidad.
David compuso este salmo en un momento de dolor, cuando fue consciente del mal que había causado, al seducir a la mujer de Urías y enviando a éste a morir al frente de sus tropas. Pasada la ofuscación de su deseo, David comprendió el alcance de su pecado y lloró amargamente. Los versos del salmo son las palabras de un hombre contrito y apenado, abrumado por el peso de la culpa. En ellos vemos un anhelo de luz, de limpieza interior, de perdón.
¿Cuál es la mejor penitencia? El salmista afirma que el mejor sacrificio es ese “espíritu quebrantado”, ese corazón humilde que se reconoce pecador y se abre a la misericordia. Dios nunca lo desprecia. Al contrario, lo recoge del barro y con su amor, lo limpia.
El perdón va asociado a la pureza interior. El perdón es también liberación, hacer borrón y cuenta nueva, ¡y nadie como Dios para olvidar y animarnos a empezar de nuevo! El perdón causa también, fuerza espiritual. David pide un espíritu firme, santo, renovado. El pecado muchas veces, es consecuencia de un alma débil, frágil, víctima de mil tentaciones. Por eso, en la oración es bueno pedir a Dios que nos dé vigor espiritual para vencerlas. Leer su palabra es alimento que siempre nos puede ayudar en esta lucha.
Finalmente, el perdón trae alegría. "Devuélveme la alegría de tu salvación", dice David. Saberse amado y perdonado por Dios no solo nos sana por dentro, sino que nos llena de alborozo. Tanto, que nos impulsa a elevar un cántico de alabanza. De la pena por la culpa, los versos del salmo nos llevan a la alegría del perdón y a la reconciliación con el Amor que nos sostiene siempre.

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