Kamikaze es una palabra que se usaba principalmente, durante la Segunda Guerra Mundial, para referirse al piloto de un avión japonés cargado de explosivos cuya misión era lanzarse sobre el blanco, preferiblemente un barco de guerra. El impacto del choque suicida hacía estallar los explosivos, con la certeza de haber dado justamente en el blanco.
Sakaa Kobayashi fue designado piloto suicida y un día, en 1945, cuando ya se encontraba en la cabina de mando de su avión, en Tokio, esperando la orden de despegue para emprender una misión de la que sabía que no había retorno, y los motores estaban ya calIentes, le dijeron desde la torre de control, que Japón se había rendido.
“Me fui a casa abatido y desalentado” dice Kobayashi. “Mi casa había sido asolada por las bombas, mi madre y mi abuela habían muerto. No había trabajo ni comida”. ¡Nada!
Tiempo después, Kobayashi encontró trabajo en una refinería de petróleo donde conoció a una joven cristiana que le enseñó el Nuevo Testamento que él leía. La muchacha logró convencer a Kobayashi para que fuera a la iglesia con ella. Él accedió por simple curiosidad.
El sermón que escuchó trataba de la necesidad de amar a los enemigos, y su interés aumentó. De nuevo fue a la iglesia y milagrosamente, fue salvo.
“Descubrí el júbilo y la alegría que sólo Cristo puede llevar a la vida, y que Él, que hizo de kamikaze por nosotros, nos manda amar a nuestros enemigos”.
Dios amó tanto al mundo que mandó a su único Hijo para que diera su vida por cada uno de nosotros, para salvarnos. Dejó su trono para dar su vida y salvarnos de una muerte inminente.
“Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”. Hebreos 7: 22- 27 (NTV)
Cuando Jesús iba a morir en la cruz, pensaba en ti, en mí, en que su sacrificio nos salvaría de una muerte eterna. Él no escatimó recursos para mostrarnos su amor y misericordia, al extremo de dar su misma vida.
Dios amó tanto al mundo que mandó a su único Hijo para que diera su vida por cada uno de nosotros, para salvarnos. Dejó su trono para dar su vida y salvarnos de una muerte inminente.
“Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto. Y los otros sacerdotes llegaron a ser muchos, debido a que por la muerte no podían continuar; mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos. Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo”. Hebreos 7: 22- 27 (NTV)
Cuando Jesús iba a morir en la cruz, pensaba en ti, en mí, en que su sacrificio nos salvaría de una muerte eterna. Él no escatimó recursos para mostrarnos su amor y misericordia, al extremo de dar su misma vida.
Si en algún momento crees que no vales nada, que eres un caso perdido o que no hay perdón para lo que hiciste, recuerda que vales tanto que Jesús hizo el papel de kamikaze y dio su misma vida por ti.
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