lunes, 18 de agosto de 2014

Los Hijos y La Antorcha

¿Hay un período mágico en el que los hijos se hacen responsables de sus propias acciones?
¿Hay un momento maravilloso, en el que los padres nos convertimos solo en espectadores de la vida de nuestros hijos, alzamos nuestros hombros y decimos: “Es su vida”, sin sentir nada más?
Cuando contaba con 20 años, estaba en el pasillo de un hospital esperando a que los doctores pusieran unos puntos en mi cabeza, y ella preguntó:
¿”Cuándo dejaré de preocuparme”? La enfermera dijo: ¡Cuando deje la etapa de accidentes!
Mi 
mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Cuando contaba con 30 años, se sentó en una pequeña silla en la clase y escuchaba cómo hablaba incesantemente uno de sus hijos, interrumpiendo la clase y moviéndose continuamente.
Como si le hubiera leído la mente, la maestra le dijo:
¡”No se preocupe, todos ellos pasan por esta etapa y luego usted podrá sentarse tranquila …relajarse y disfrutarlos”!
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Cuando contaba con 40 años, se pasaba la vida esperando que el teléfono sonara, que los coches llegaran a casa, que la puerta de la casa se abriera.
Una amiga le dijo:
¡No te preocupes, al cabo de unos años vas a poder dejar de preocuparte. Ellos ya serán adultos”.
Mi mamá apenas sonrió y no dijo nada.
Ya tenía 50 años, estaba cansada y harta de ser vulnerable. Todavía me estaba preocupando por mis hijos, pero también se notaba una arruga nueva en mi frente, aunque no podía hacer nada acerca de ello…
Apenas sonreí y no dije nada.
Yo continué angustiándome con sus fracasos, apenándome por sus tristezas y absorbida en sus decepciones.
Mis amigos me decían que cuando mis hijos se casaran yo iba a poder dejar de preocuparme y llevar mi propia vida. Quería creerles, pero me asaltaba el recuerdo de la cálida sonrisa de mi mamá y su ocasional:
“Luces pálida hija, estás bien? ¿Estás deprimida por algo?”
¿Puede ser que los padres estemos sentenciados a una vida de preocupaciones?
¿Es que la preocupación por nuestros hijos se entrega como una antorcha de unos a otros, para que arda en el camino de las fragilidades humanas y en el miedo a lo desconocido?
¿Es la preocupación una maldición, o es una virtud que nos eleva a lo más alto de la vida humana?
Un día uno de mis hijos, se irritó conmigo.
Me dijo: ¿Dónde estabas? ¡Desde ayer te estoy llamando y nadie me respondía! ¡Estaba muy preocupado!
Yo solo sonreí y no dije nada.
¡La antorcha había sido entregada!

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