lunes, 4 de agosto de 2014

¿Dijiste recibir lo malo?

Dice el decimoctavo libro de la Sagrada Escritura que la esposa de Job, en medio de la aflicción y las enormes pruebas financieras y de salud que él estaba padeciendo, lo increpó de la siguiente manera : “… ¿Todavía mantienes firme tu integridad? ¡Maldice a Dios y muérete! Pero Job le respondió: “Mujer, hablas como una necia. Si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos también recibir lo malo?”… (Job 2:9,10)
¿Saber recibir lo malo? … ¿es esta una declaración que en la actualidad, a muchos nos gustaría decir y aplicarla con convicción a nuestra vida diaria?
En la Biblia encontramos múltiples ejemplos de hombres y mujeres que de igual manera, recibieron con serenidad y temple, lo que en aquel momento parecía malo; personajes que, pese a ser probados en su fe, no menguaron la confianza y el amor en su Creador. Los casos son múltiples, pero para ilustración nos bastaría con recordar a algunos líderes escogidos por Dios. Por ejemplo: Noé frente a la incredulidad de su gente; Moisés frente a la inconstancia de su pueblo; las dos esposas de Esaú, que fueron una fuente de amargura para Isaac y Rebeca. David afrontando los celos enfermizos de su suegro, el rey Saúl, cargando éste su propia debilidad por las mujeres. Imaginemos los conflictos familiares del profeta Oseas, cuya esposa fue adúltera. Acordémonos que Noemí tuvo que soportar la dolorosa pérdida de su esposo y sus dos hijos. Recordemos a José, frente a la  ingratitud de sus hermanos, su exilio, y su esclavitud. Pensemos en la experiencia amarga de Job, al ser puesto a prueba con la muerte de sus diez hijos, su bancarrota financiera y su penosa enfermedad, a lo  que se agregó la  frialdad de su esposa y la crítica de sus amigos.
El mismo Jesucristo, en su esencia humana, sobrellevó padecimientos, tentaciones y privaciones.
Por todo ello es bueno que cada vez que estemos rodeados de problemas, penurias o  sufrimientos, recordemos que no fuimos, no somos ni seremos los únicos; que todos llevamos cargas, o que, al estilo del apóstol Pablo, se nos ha puesto un aguijón que molesta nuestra carne, y del cual no solo hay que pedir a Dios que nos lo retire, sino que nos conceda el temple y la serenidad para resistirlo.
Aprendamos a confiar, a esperar, y a alabarlo a Él, no solo en los tiempos buenos, sino también en los malos para nuestros intereses; y, digamos también como Job: Si de Dios sabemos aceptar lo bueno, ¿no sabremos también aceptar lo malo?

La Sagrada Escritura dice que Pablo al referirse a su propio aguijón, manifestó: “… tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí, y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”. (II de Corintios 12: 8,9).


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