Hay muchos versos que hablan de utilizar “tratamientos médicos” como, la aplicación de vendajes (Isaías 1:6), aceite (Santiago 5:14), aceite y vino (Lucas 10:34), hojas (Ezequiel 47:12), tomar algo de vino (1 Timoteo 5:23), y ungüentos, particularmente el “bálsamo de Galaad” (Jeremías 8:22). Así mismo, Lucas, el autor de los Hechos y el Evangelio de Lucas, es mencionado por Pablo como “el médico amado” (Colosenses 4:14).
Marcos 5:25-30 relata la historia de una mujer que tuvo problemas con un sangrado continuo, un problema que los médicos no habían podido curar, aunque ella había consultado a muchos de ellos y gastado todo lo que tenía. Viniendo a Jesús, ella pensó que solo con tocar el borde de su manto sería sanada, y así sucedió.
Jesús, en respuesta a las preguntas de los fariseos en cuanto al desperdicio de su tiempo departiendo con los pecadores, les dijo, “Los sanos no tienen necesidad de médico sino los enfermos.” (Mateo 9:12) De los versículos arriba mencionados, podemos deducir los siguientes principios:
1) Los médicos no son Dios y no deben ser vistos como tal. Algunas veces ellos pueden ayudar; pero habrá otras en que todo lo que lograrán quitarnos es el dinero.
2) Buscar y consultar médicos y utilizar remedios “terrestres” no es condenado en la Escritura, más bien parecen haber sido medios usados, según leemos, a lo largo de la Escritura.
3) Debe buscarse la intervención de Dios en cualquier dificultad física (Santiago 4:2; 5:13). Él no promete que responderá siempre de la manera que nosotros deseamos (Isaías 55:8-9), pero tenemos la seguridad de que todo lo que Él haga será hecho en amor y por lo tanto, ese es nuestro mayor saldo a favor (Salmo 145:8-9).
Así que, ¿pueden los cristianos consultar al médico? Dios nos creó como seres inteligentes y nos dio la habilidad para crear medicamentos y aprender cómo sanar nuestros cuerpos. No hay nada de malo en aplicar estos conocimientos y habilidades en pro de la salud física. Los doctores han de ser vistos como un regalo de Dios para nosotros… un medio a través del cual, Dios brinda sanidad y recuperación. Y al mismo tiempo, nuestra mayor confianza y fe debe estar depositada en Dios, antes que en los doctores o la medicina. Al igual que en todas las decisiones difíciles que afrontamos en la vida, Dios promete darnos sabiduría cuando se la pidamos (Santiago 1:5).
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