Paciencia es lo que necesita el sembrador cuando deposita una semilla bajo la tierra, esperando lentamente que su flor crezca y que su producto rinda fruto. Anhelando ver resultados, deseando una abundante cosecha. Paciencia es la que a veces parece que se nos agota, cuando la incertidumbre de no ver resultados nos causa frustración y gran tristeza.
La paciencia produce en nosotros perseverancia y hace que desarrollemos características que nos preparan para hacernos más fuertes ante las pruebas de la vida. Si hay alguien que conoce lo que es esperar pacientemente, ese es el desierto. El desierto siempre ansía que la lluvia acaricie su arena.
Pero cada estación tiene su tiempo. La primavera espera al verano, el verano al otoño y el otoño al invierno. El sol sale por la mañana, luego va desapareciendo en el ocaso para que llegue la noche inundada de estrellas. También la luna tiene que pasar por procesos para estar llena. Espera lentamente su crecimiento, para en su debido momento brillar con el fulgor más bello.
Nunca dijo nadie que la espera sería fácil, porque la espera generalmente es lenta. De hecho, en muchas ocasiones es dolorosa y sin embargo, su fruto puede resultar abundante. Además, la paciencia lleva consigo insistencia y la insistencia a su vez, nos hace fuertes como rocas.
Cada ciclo tiene su proceso, y cada proceso trae consigo la evidencia de que si sabemos ser pacientes, obtendremos algún resultado. Siendo realistas, estos resultados pueden ser de tres formas: el que esperamos, el que es mejor de lo que esperamos o el que para nada se acerca a lo que esperábamos. Sin embargo, siempre nos sostiene esa palabra que dice que los planes y los pensamientos que el Señor tiene acerca de nosotros, son mejores de lo que pienso y que posteriormente, me darán el final que espero. Parece que tiene su impronta saber que en algún momento, si confío en Dios, en su sabiduría y en los planes que Él tiene para mi vida, Él me dará exactamente lo que yo no necesito.
Las cosas buenas toman su tiempo. El amor va creciendo lentamente, hasta que llega un momento en el que no conocemos la dimensión o la extensión de lo que sentimos. El atleta que gana una medalla en las Olimpiadas, tiene una historia que contar sobre la disciplina y los sacrificios a los que tuvo que exponerse para llevar esa medalla en su cuello. Esos momentos pasan, pero el recuerdo y la satisfacción del último instante y del arduo trabajo realizado, duran toda la vida.
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