martes, 22 de julio de 2014

Todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios

“Todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios, esto es a 
los que conforme a su propósito son llamados”. (Romanos 8:28)
Hace un tiempo, nuestra vida familiar experimentó un vuelco fuera de lo previsto. No vale la pena mencionar ahora los detalles. Solo les diré que en esa época, hasta hace unos días, eran muchos nuestros proyectos y nuestro futuro era bastante prometedor. Pero de repente, me encontré tratando de dilucidar qué proyectos continuaban, cuales se truncaban y qué otros habría que modificar para poder seguir adelante. Esto impactó directamente en el ámbito personal, familiar, incluso en nuestro ministerio.

Un súbito giro en nuestra vida nos puso a caminar en otra dirección. Una dirección desconocida y que ni remotamente estaba en nuestros planes. Literalmente pasamos de ir por la autopista al camino de tierra. Cuesta creer que hasta hacía una semana nuestra vida era una cosa y de repente, se transformó en otra totalmente distinta.
“Una de cal y una de arena” decimos. En la convicción de que “todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios…”, hoy puedo ver y no tengo la menor duda de ello, que estas dificultades fueron absolutamente necesarias.

Existen bosques en nuestro planeta, que periódicamente sufren voraces incendios que no dejan nada, pero al cabo de un tiempo emerge de las cenizas un bosque nuevo con fuerza y vigor. Parece que el incendio es parte del ciclo vital de la vida de esos bosques.
Con nosotros ocurre otro tanto. Tendemos a formular proyectos y adquirir hábitos que a nuestro saber y entender, están dentro de la Suprema Voluntad de Dios. Sin embargo, se nos escapa el detalle de que Dios puede que tenga otros planes para nosotros.

Por otra parte, inconscientemente, vamos incorporando con carácter acumulativo, hábitos y tendencias que no siempre son beneficiosas. Es entonces, cuando el incendio inevitablemente sobreviene. Por cierto, fuego depurador y absolutamente necesario para que nuestra vida vuelva a florecer, cual bosque renovado y abundante que emerge de las cenizas.
El bosque, además de proveer sombra y aire limpio, también sirve de hábitat para numerosas especies. Al igual que el bosque, nosotros estamos para servir y ser de bendición. No es de extrañar que pasemos por dificultades que otros no pasan.
En este mismo sentido, el alumbramiento de un bebé conlleva una situación desagradable y altamente estresante, tanto para él como para su mamá. Sin embargo, el momento del nacimiento es una necesaria transición hacia una nueva vida.

Definitivamente, pasamos una y otra vez por esta transición. Habrá que pedir humildemente a Dios visión, ciencia, sabiduría, fortaleza, consuelo, paciencia y valor, para poder soportar las sacudidas del parto, el fuego del incendio y sacar fuerzas de donde no las hay, para poder pasar el mal momento. La nueva vida que está a las puertas, o aquello que viene tras la pena, sin duda, además de necesario es mejor que lo anterior.
Es por ello que no podemos por menos que darle las gracias a Dios. Detrás de la tormenta podemos vislumbrar, tomada de Su mano, una gran victoria. A pesar de las dificultades, la presencia del Señor es una absoluta certeza.
Un ex-presidente español dice con frecuencia, en sus discursos: “estamos mal, pero vamos bien”. ¡Y ese es exactamente nuestro caso!
Si hoy estás pasando por un mal trance, a no dudarlo… estás siendo bendecido, toda vez que siempre que llovió escampó, y que de las cenizas emerge floreciente y con fuerza un bello bosque.

El Señor les bendiga en abundancia, 

todos y cada uno de los días de su vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario