viernes, 25 de julio de 2014

Los mejores amigos - Reflexiones

Alex se asomó por una esquina del gran muro de piedra, estrenando su nueva arma secreta. Primero miró en una dirección, y luego al lado opuesto. Satisfecho de que Ralph no estuviera por los alrededores, salió de su escon­dite y se dirigió a al colegio por un callejón tan rápido como pudo. Todo el valor que había reunido en la mesa del desayuno, se le había esfumado al pasar por la propiedad de los Anderson.
A Alex le gustaba su escuela. Se sentía como un chico mayor porque ca­minaba atravesando él sólo las tres calles que separaban su casa de la escuela, el camino era corto. Se sentía a gusto en el primer curso y con su profesor, pero había algo que no le gustaba: Ralph. Ralph vivía en !a propiedad de los Anderson, detrás de aquel gran muro de piedra. Casi todos los días Ralph lo esperaba para asustarlo; así se divertía.
Alex casi había llegado al final de la propiedad de los Anderson, cuando vio que Ralph salía del garaje. Casi al mismo tiempo, Ralph lo vio, y comenzó la persecución: Alex corría asustado mientras Ralph lo perseguía. Cuando Alex llegó al semáforo tuvo que detenerse. El color del disco y el tráfico estaban en su contra. Con gran miedo, se sobrecogió pensando en lo que Ralph le haría cuando lo alcanzara.
Alex oró: Querido Jesús, tú dijiste que enviarías a tus ángeles para que nos cuidaran y protegieran. Bien, ¡yo necesito urgentemente esos ángeles! 
De re­pente, Alex se dio la vuelta y se enfrentó a su furioso enemigo. Sorprendido, Ralph frenó a escasos centímetros del rostro de Alex. Se miraron fijamente, y Ralph lanzó un feroz rugido y caminó hacia atrás, sin dejar de mirar el rostro de Alex.
Utilizando un tono de voz elevado y amenazante, Alex gritó: ¡Ralph, vete a casa! ¡A casa, vete a casa! Se preguntó cómo los ángeles de Dios pudieron cambiar la actitud de Ralph respecto a él, pero lo hicieron. Ralph, el enorme perro pit-bull, bajó la cabeza y se dirigió lentamente a la casa de su dueño. Jamás Ralph volvió a molestar a Alex. De hecho, se convirtieron en los me­jores amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario