¿A que estás convencido de que la queja es muy fácil?, ¿que es muy fácil quejarse? De hecho, quejarse es casi un deporte. Nos quejamos de los políticos, del gobierno, del alto precio de la luz, de por qué no nos llega lo que ganamos... Lamentablemente, esta mentalidad la estamos transmitiendo a nuestros hijos y consecuentemente, estamos criando a una generación de jóvenes que se creen merecedores de ciertos derechos.
Ahora casi todos los niños creen tener derecho a sentirse como un triunfador. Al final del curso académico cada niño se cree merecedor de un regalo por el simple hecho de estudiar.
De hecho, muchas personas creen que se merecen algo sin ningún esfuerzo. Muchos creen que tienen derecho a algo simplemente por presentarse. Muchos creen que merecen comenzar ya en la cima. Cuando una persona está convencida de que merece todos los derechos, termina quejándose de todo y de todos cuando no obtiene lo que creía merecer. O lo que es lo mismo, pensar que nos merecemos algo nos convierte en niños mimados y dependientes.
Lo triste de esto es que el derecho a merecer amarga tu espíritu, porque por mucho que se te dé, siempre te faltará algo y encontrarás motivos para quejarte. En vez de estar agradecido, el derecho de merecer te deja deseando más. Solamente estás agradecido un momento hasta que comienzas a pensar en lo siguiente.
Esto se debe a que son enfocadas las cosas equivocadas. El derecho a merecer se enfoca en lo que te hace falta en vez de lo que tienes o puedes tener. Todo está arraigado en una perspectiva defectuosa. Una perspectiva defectuosa del mundo que dice: “el mundo me debe”. Una perspectiva defectuosa de ti mismo que dice: “Me lo merezco”. Una perspectiva defectuosa de Dios que dice: “Yo no pedí nacer”.
Entonces, ¿qué podemos hacer para revertir esta actitud? No hay mejor antídoto contra la cultura de la queja que la cultura del agradecimiento. Debemos aprender a estar agradecidos con lo que tenemos, reconocer que las cosas no caen del cielo y vivir dentro de nuestras posibilidades.
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