lunes, 14 de julio de 2014

El cristiano y sus ofrendas

No hay empresa sobre la faz de la tierra que marche correctamente, que no tenga los suficientes ingresos proporcionados por sus integrantes o socios, para cubrir sus gastos y tener ganancias. Incluso un club social funciona en base a las contribuciones de sus miembros. La iglesia del Señor no es ninguna excepción.
A través de los siglos, y especialmente desde el siglo XIX, cuando las grandes iglesias institucionales comenzaron a extender sus actividades en el campo social, nació la idea de la Iglesia como un cuerpo dadivoso e instructivo, al que se podía recurrir para el oportuno auxilio. Desde luego, no es un punto de debate si la iglesia ha de cumplir con obras benéficas o no. Pero si algo se ha de sacar de una iglesia, es preciso que primero se meta algo en su cofre, pues de otra manera no podría funcionar.
La iglesia del Señor tiene también sus funciones ordenadas por Jesús: a) la evangelización; b) el adiestramiento de predicadores; c) obras de caridad; y d) administración y gastos generales (alquiler, luz, gas, agua, etc.).
En el pueblo de Israel, Dios estableció un sistema obligatorio de pago del diezmo y otras contribuciones, claramente establecidas en la ley de Moisés. El Señor espera de los cristianos madurez y una conducta responsable, en cuanto a las finanzas requeridas para la buena marcha de su iglesia (Hechos 20.35; 2 Corintios 8 y 9). La mente de Cristo, que ha de prevalecer en los hijos de Dios, es de carácter dadivoso y responsable, pues entiende que la obra del Señor no se financia por sí misma, como por arte de magia; sino que necesita del sacrificio permanente de todos los creyentes en Cristo.
No es correcto echar la carga financiera sobre otros, pensando que “esos tienen más dinero que yo”. Hay una misma responsabilidad para todos. Es muy fácil estar desprevenido por mezquindad, y luego uno se avergüenza de su mala conducta (2 Corintios 9.4). Dios ama la generosidad de su pueblo (verso 5).
Todo “céntimo” que retengo con fines egoístas para atender primero mis cosas, es una oportunidad menospreciada para servir a Jesús. La obra del Señor necesita hombres y mujeres dispuestos a sostener tan noble tarea de forma generosa y permanente.
Hay que sostener a predicadores evangelistas, pagar los locales de reunión de la congregación; hay que imprimir y distribuir literatura evangélica, instruir a futuros predicadores, financiar viajes de evangelización y campañas, etc.
Todo ello cuesta mucho dinero y es la obligación del pueblo de Dios, sostener voluntariamente, con buena disposición y con un corazón generoso, a fin de que la iglesia sea edificada en la fe, el mundo pueda ser evangelizado, y los necesitados sean ayudados.
El cristiano nunca crecerá espiritualmente mientras no dé al Señor lo que le corresponde para sostener su obra. Una manera práctica para planear nuestra ofrenda de cada día al Señor, consiste en hacer un presupuesto apuntando la cantidad que queremos dar para la obra de Dios, y luego cumplir rigurosamente con nuestras promesas de dar lo prometido. El ofrendar es demostración de amor, madurez, de nuestra integridad de carácter y firme decisión de sostener, con buena voluntad, la obra del Señor Jesús.
Una viuda dio a Dios todo lo que tenía para su sustento (Lucas 21.1-4). Pablo trabajó con sus manos para sostener económicamente a sus colaboradores (Hechos 20.34). Unas mujeres seguían a Cristo para ayudarle en su obra con sus bienes (Lucas 8.1-3). Cristo dice que ama al dador alegre (2 Corintios 9.7). “Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será aceptada según lo que uno tiene, no según lo que no tiene” (2 Corintios 8.12).
Hay una verdad económica que dice que, ésta se realiza en la prosperidad de acuerdo a la inversión de un grupo de hombres. Una obra se ve realizada en la alegría dadivosa de sus creadores. Una obra mediocre demuestra una mente estrecha y de tibia dedicación. Una obra que puede dejarse ver con gloria, ha tenido primero mentes generosas y dadivosas, capaces de hacer la obra para no avergonzarse de lo que se ha hecho.
Debemos aprender la generosidad al dar nuestras ofrendas. Debemos aprender la responsabilidad para sostener la obra de Dios. Debemos aprender la continuidad para no hacer tropezar a aquellos, que sí desean promover el evangelio de Cristo a nivel mundial y que, desde luego, incluye tu pequeña congregación, tu dedicación personal a la obra de Dios. Aunque una iglesia sea pequeña por su número reducido de miembros, no es una excusa para dar al Señor ofrendas mezquinas. De obras pequeñas, y al principio débiles, pero generosas en ofrendas y actividad, han nacido iglesias grandes que realizan obras de evangelización en muchos lugares.
Como cristianos debemos aprender a no pedir para recibir, sino a dar para beneficiar a otros. Da al Señor de modo que no tengas de qué avergonzarte, y hazlo con constancia, pues tus ofrendas no hacen ningún bien si se interrumpen. Que Dios te dé sabiduría, amor y visión para que llegues a ser un contribuyente efectivo y generoso en la viña del Señor, pues a Él le das, mientras los hombres realizan la obra. ¿Que algunos enseñan y emplean mal el dinero? ¡Puede ser! ¿Y qué? ¿Porque algunos no sean honestos vamos a ser también deshonestos, no obedeciendo los mandamientos de Dios?
“El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” ( 2 Corintios 9.6).

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