Allá en el horizonte se levanta imponente
cual Himalaya, Pedro Palo o el Tambo,
fuente de inspiración o de reposo.
Aguas cristalinas que limpian a conciencia
con renacuajos que, veloces van en cascada
y algunos caen en la tierra, y se contorsionan, dan vueltas,
aletean, se escapan de la fuente de vida y mueren.
Otros ondean, hacen piruetas,
encuentran el hábitat apropiado y
germinan después del placentero copular.
Van creciendo;
con pinceladas se define su figura,
en la oscuridad divisan rayos intermitentes,
y con fuerza sobrenatural,
cuando cumplen su ciclo, buscan la salida
y emergen hacia la superficie un buen día.
Los pájaros aletean y se entretienen
en el juego incansable de su existencia.
El cercado es su patio de recreo,
uno vuela, se para en un poste,
se acerca otro con revoloteo picaresco,
y se ubica en una horqueta;
Así saltan y se explayan,
agradando al observador, que admira su hábil diversión.
Luego, mirando al infinito, se acercan en bandada,
y otros en pares de su especie, en vuelo majestuoso,
con raudo movimiento, uno tras otro
van combinando posición de liderazgo.
Se acompañan, se respetan, hacen relevos,
son dueños del espacio hábilmente.
¿Acaso el hombre tiene el poder de hacer lo mismo?
No exactamente;
no envidia el humilde, cual tierno y picaresco pájaro,
quien serenamente vive cada instante.
En el perenne poder que Dios le dio,
puede, con la imaginación, traspasar fronteras,
soñar y recrear el pensamiento.
vibrar de emoción en el amplio cosmos de la creación divina,
y gozar de la paz indescifrable que brota de su interior,
al arrullo de la diestra naturaleza.
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