Las excusas son el refugio de los que no quieren asumir sus responsabilidades en la vida. Son mentiras con las que queremos convencernos de no hacer algo o para evadir responsabilidades. Han existido en la humanidad desde el inicio del ser humano; la excusa de Adán fue “la mujer que me diste”, la excusa de Eva: “la serpiente que creaste”, la excusa del paralítico: “otro me gana”, aunque sería casi una entelequia, en este caso concreto, pensar que fuera posible. En esta actitud de excusarse ante todo vemos un estado de conformidad. El paralítico de Betesda podía decir con seguridad, que él no podía hacer nada porque siempre había otro que le ganaba; pero ante Dios no hay excusa que valga. Notemos estas frases típicas que parecen excusas válidas, pero en el fondo no lo son. “No tengo tiempo”. ¿Para qué mentir? Muchas veces quieren significar lo mismo que decir “no tengo ganas”. Es curioso que la gente más ocupada sea precisamente la que encuentra tiempo para hacer otras cosas.
“Mi salud no me acompaña”. ¿Estás seguro? Piensa en los grandes hombres y mujeres de la historia, que podrían haber usado esta excusa para no hacer lo que hicieron.
“No tengo edad para eso”. Pero si no tuviste la edad a los veinte, tampoco la vas a tener a los cuarenta. Hay jóvenes de setenta años y viejos de treinta. Solamente es demasiado tarde cuando piensas que es demasiado tarde.
“Me falta capacidad”. ¿No será más bien que te falta voluntad y constancia? Porque la constancia, la perseverancia, es el 90% de lo que después llamamos habilidad. La gracia es hacer trabajar más la inteligencia para la capacidad que se tiene.
“Tengo mala suerte”. ¿De veras lo has intentado? No busques suerte si no ha habido planificación, optimismo, lucha. Las dificultades hay que aprovecharlas para aprender, y los fracasos, como lección para empezar de nuevo.
“Tengo miedo”. La indecisión y el aplazamiento de las decisiones solo hacen crecer el miedo. No hay que dilatar inútilmente lo que sabes que tendrás que afrontar tarde o temprano. Habla con esa persona, ve adonde tienes que ir, toma esa decisión de una vez. Te quitarás un peso de encima y adquirirás nueva confianza en ti mismo. La próxima vez que seas víctima de esta enfermedad y quieras usar una excusa de estas, piensa primero: “¿A quién quiero engañar?”
Excusas, son simplemente, excusas; muchos se han paralizado en su vida, en su ministerio, sueños, proyectos y, aun, en su familia.
“Yo quisiera ser mejor, pero otro se me adelanta”; “si no fuera por… yo sería otro”. Quizás a este paralítico le hacían falta los amigos. Vale, pero estando Jesús a nuestro lado, ante las exigencias de la vida no hay excusa que valga. Veamos lo que dice este pasaje: “Jesús lo vio”. Él no se oculta de nosotros. Cuando los demás no ven, Él sí nos ve. Jesús sabe toda la trayectoria de nuestra vida. Cuando Jesús lo vio acostado allí, supo que ya llevaba treinta ocho años enfermo; por eso, aparte de este hombre, no vale la excusa porque Él lo sabe todo. Jesús no nos fuerza, sino que nos pregunta: “¿Quieres ser sano?” ¿Por qué esa pregunta tan trascendental?: porque muchos no quieren ser sanos ni salvos, y Jesús respeta nuestras decisiones. Él no gasta tiempo con nuestras excusas. Frente a la excusa del paralítico le dijo: “Levántate, toma tu camilla y anda”. En solo un instante, Jesús hace con tu vida lo que nada ni nadie más puede hacer. “Y al instante el hombre quedó sano, y tomó su camilla y echó a andar”.
No vivas de excusas, vive la realidad. No es por tu hijo, ni por tu mujer, ni por tu esposo, ni por tu suegra, ni por el gobierno. Es tu responsabilidad. Jesús está cerca de ti para que comiences a andar en un nuevo sendero.
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