La diferencia entre este pasaje y el verso 9 en 1 Juan, cap. 1, "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad", es que Juan está hablando de lo que llamamos el perdón “familiar”, como el que hay entre un padre y un hijo. Por ejemplo, si le haces algo malo a tu padre, no cumpliendo con sus expectativas o reglas, la relación se afecta, pero aún eres su hijo. La relación se ve afectada hasta que tú admitas, reconozcas ante tu padre, que hiciste mal, y humildemente le digas que lo sientes. Pues lo mismo sucede con Dios; tu relación con Él se daña, hasta que tú, después, confiesas ese pecado. Entonces la relación ya es restaurada, al pedirle perdón. Este es el perdón “relacional.” Se pasa del familiar al relacional.
El perdón primero, el “posicional” o "familiar", es obtenido por cada creyente en Cristo, al recibirle. En nuestra posición, como miembros del Cuerpo de Cristo, hemos sido perdonados de cada pecado que hayamos cometido o que cometeremos. El precio pagado por Cristo en la cruz, ha satisfecho la ira de Dios contra el pecado, y ya no es necesario ningún otro pago o sacrificio. Cuando Jesús dijo, “Consumado es,” Él realmente quiso decir eso. Nuestro perdón posicional fue obtenido allí, y en ese momento. Pero para llegar al "relacional", para restaurar nuestra relación con Dios, necesitamos Su perdón.
La confesión de los pecados, de acuerdo a 1 Juan 1:9, nos ayudará a evitar la disciplina del Señor. Si dejamos ese pecado sin confesar, es seguro que vendrá la disciplina del Señor hasta que lo confesemos. Como dijimos anteriormente, nuestros pecados son perdonados en la salvación (perdón posicional), pero nuestra relación con el Señor, basada en la vida cotidiana, necesita mantenerse en buen estado (perdón relacional), lo cual no sucederá si hay un pecado inconfeso en nuestras vidas. Por lo tanto, sí necesitamos confesar nuestros pecados, y a ser posible, en cuanto ocurren, para mantener una correcta relación con Dios.
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