martes, 15 de abril de 2014

Mi confesión, mi libertad

Gabriel era un muchacho al que le gustaba jugar al fútbol, pero un día, después del entrenamiento, llegó a su casa un poco triste porque no había podido anotar ni un solo gol. Cuando entró en su casa, dio un puntapié con furia a la pelota, buscando descargar su frustración, pero para completar el mal día, la pelota terminó destrozando la maceta favorita de su madre.
El joven se asustó tanto, que fue a esconder los pedazos de la maceta, limpió todo y se fue a cenar. Lo que Gabriel no sabía era que su hermana lo había visto todo.
Después de cenar surgió la idea de ir a comer helado, pero alguien se tenía que quedarse a lavar los platos que habían usado. Verónica, la hermana de Gabriel levanto la voz y dijo: yo voy porque quiero comer helado, además mi hermano me dijo que hoy se quedaría a lavar los platos. Después de esa afirmación se acercó a la oreja de su hermano y le dijo en voz baja: recuerda la maceta. El muchacho sólo pudo afirmar con la cabeza y se quedó en casa.
Al día siguiente Verónica debía podar el césped del patio, pero, cuando desayunaban, dijo que se iría a otro lugar con sus amigas ya que su hermano se había ofrecido muy amablemente a ayudarla. De nuevo se acercó al oído de Gabriel y le dijo: recuerda la maceta, y el muchacho nuevamente aceptó hacer el trabajo.
De esta manera pasaron los días, y Gabriel se quedaba haciendo las tareas que le correspondían a su hermana. Pero un día ya no aguantó más; se armó de valor y fue a confesarles a sus papás, todo lo que había pasado.
Al instante de su confesión, ellos se acercaron a Gabriel y le abrazaron diciendo: nosotros ya sabíamos todo pues lo vimos desde la ventana; lo que nos preguntábamos era hasta cuándo permitirías que tu hermana te tuviera como un esclavo.
Romanos 6:17-18 dice: “Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.”
Muchas personas tienen pecados guardados; aunque conocen el amor de Dios y forman parte activa de una comunidad de fe, estos pecados sin confesar logran esclavizarles a ellos, y a cualquiera.
Quizás por miedo o por vergüenza, ocultar faltas y errores se ha convertido en una práctica normal. Hoy en día hay muchas personas que no aceptan sus culpas; más bien suelen poner pretextos y buscan cualquier forma de salir de sus problemas sin afrontar la responsabilidad de sus actos. Pero con Dios las cosas son distintas.
Al igual que los papás de Gabriel, nuestro Padre Celestial sabe todo lo que hicimos. De hecho, la Biblia dice que Él conoce hasta la intención de nuestros corazones, y realmente no tenemos dónde escondernos de su presencia.
Confiesa tus pecados no importando cuáles sean. De esta forma estarás dando un paso hacia tu perdón. libertad y restauración.
1 Juan 1:9 “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.”
Dios ya lo sabe todo y Él te está esperando para darte un abrazo y una nueva oportunidad.



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