Todos tenemos sueños; algunos nacemos con ellos, y otros simplemente tropezamos con nuestro llamado. No fui diferente; yo también tuve un sueño: cuando dormía soñaba con vivirlo; cuando me levantaba, trabajaba para vivirlo.
En ese momento me reí sin comprender en realidad cómo era eso. Y no me di cuenta de su certeza, hasta que tuve lo que quería. Fue entonces, cuando me di cuenta de repente, que la persona que vive el sueño es diferente que la que ha trabajado por él. Ahora me he convertido en una persona más sabia, calmada, fuerte y apasionada.
La travesía me había transformado. Cometí errores y aprendí de ellos. Me caí y aprendí a levantarme de nuevo. Lloré y aprendí a secarme mis lágrimas. Hice amistades y aprendí a valorar a la gente. También hice enemigos, y aprendí a valorar las lecciones que viví. La travesía había transformado una tonta oruga en una hermosa mariposa, esperando con ansia explorar el mundo con sus recientemente halladas alas.
Así que, amigos, recordemos siempre que, “la experiencia es el mejor maestro y que a pesar del sueño, no hay garantías de que llegaremos a ser artistas; sólo la travesía cuenta”.
Así que… ¡salud a una nueva travesía!
Si sólo vivimos para celebrar los momentos de triunfo en nuestra vida, estaremos viviendo muy poco…porque esos momentos son muy breves en comparación con el esfuerzo y recorrido que hacemos para llegar a ellos. Por ejemplo, invertimos 4 ó 5 años de estudios para alcanzar una licenciatura universitaria, que se ve premiada con una ceremonia de graduación de dos horas como máximo. Aunque ese diploma abre las puertas a un mundo profesional, tan sólo nos concede el nivel de “novatos” en un mundo de expertos que nos han precedido.
¡Bendiciones!
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