18:10 Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
18:11 El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
18:12 ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
18:13 Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador. 18:14 Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
En estos versículos, la palabra de Dios nos habla de dos hombres que fueron a orar al templo. Uno era un fariseo y el otro un publicano.
La palabra nos hace comprender la diferencia entre un religioso, y un cristiano que acepta a Cristo en su corazón; el fariseo cumplía con sus obligaciones como fariseo, pero su corazón no estaba dispuesto a la humildad de aceptar a Cristo, su corazón actuaba sin amor. No siendo sincero, primeramente se engañaba a sí mismo, al creer que ya estaba bien la forma como era, en lo que estaba entregando a Dios.
Pero las obras sin fe y sin amor no sirven de nada.
También vemos el caso del publicano, un hombre que también fue a orar, pero la gran diferencia es que éste lo hizo por una necesidad en su corazón; no era capaz de alzar los ojos al cielo, pero sí fue capaz de abrir las puertas de su corazón. Eso es lo que quiere Dios de nosotros; debemos aceptar a Cristo como nuestro Salvador, que pagó nuestros pecados en la cruz.
Debemos confesar a Cristo con nuestras palabras, y también con nuestras obras.
¿Estás dispuesto a humillarte ante Dios?
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