martes, 11 de marzo de 2014

Un error de percepción

Muchas veces somos nosotros mismos los que ponemos obstáculos para que las cosas no nos salgan bien y no recibamos los resultados que esperamos. Cuando algo está saliéndonos bien, solemos tener esa sombra de temor que nos hace pensar que va a ocurrir algo malo; “no todo puede ser tan bueno”. De dónde salió esta idea no lo sabemos, pero existir..., existe.

Es más, cuando algo nos resulta bien lo atribuimos a la fortuna, a que el resto nos ayudó o a que en realidad no era tan difícil. Por el contrario, cuando algo no nos resulta asumimos TODA la responsabilidad, y seríamos capaces de apostar a que lo que nos ocurrió fue porque hicimos algo mal, porque nos equivocamos o porque tenemos algún defecto que provoca estos resultados. A esto se le llama tener un posible error de atribución, pero para que lo entendamos mejor lo llamaremos error de percepción.

¿Alguna vez has visto esas imágenes superpuestas, que pueden ser dos cosas a la vez, como esa imagen de la mujer joven y la bruja en un mismo dibujo, o el de las escaleras que no se sabe si suben o bajan? Si nos damos cuenta, dependiendo de dónde fijemos la atención, es lo que vamos a ver. Ahora bien, si es tan fácil de entender y de verlo así, ¿por qué en nuestra vida es tan difícil en algunas oportunidades?

El error de percepción es más común de lo que creemos, se da en ámbitos más o menos conocidos o en las cosas más cotidianas. Por ejemplo, si en toda la vida no hemos destacado en matemáticas y en algún momento nos enfrentamos a un cálculo mental rápido con éxito, atribuimos el resultado a que la operación matemática era fácil, a que tardamos demasiado pero lo hicimos, y en fin..., mil y una razones para no reconocer que tuvimos un porcentaje alto de la brillantez de Einstein. Por el contrario, cuando herimos a alguien con algo que decimos, cuando tenemos una mala calificación o cuando llegamos tarde a algún lugar, sacamos consecuencias sobre nosotros mismos, como por ejemplo: “siempre daño a la gente que quiero”, “todo me va mal”, “no importa cuánto me esfuerce, que nunca llego a la hora”... Con todas estas afirmaciones lapidarias que hacemos de nosotros mismos, difícilmente vamos a dejar espacio para aceptar los cumplidos de los demás y mucho menos para tener una visión positiva de nosotros mismos. Esto es lo que se llama tener un error de percepción. Lo que veo lo tergiverso con lo que ya sé, y no soy capaz de ver el objeto, situación o persona de la manera en que, al menos la mayoría de la gente lo ve.

Cuando pienso en lo anterior, reflexiono en torno a la vida de aquellas personas que han sido capaces de cambiar la historia de un país, ciudad, o localidad; personas que han tenido “un algo” que les ha hecho especiales. Posiblemente estas personas fueron capaces de verse a sí mismas con menos errores de percepción que el resto de los mortales. Lo más probable es que cuando todo el mundo les gritaba “No” en el rostro, ellos no se lo tomaban como algo personal, no pensaban en que ellos tenían algo que incitaba a los demás a decirles que no. Tampoco pensaban que si una, dos, tres, cuatro o cinco personas les decían que no, la sexta también lo haría, por eso lo seguían intentando..., hasta que lo conseguían. Personas así deberían inspirarnos y desafiarnos a querer “ese algo” que ellos tienen, y a luchar hasta lograrlo, sin importar cuánto cueste ni cuánto demore.

Si hay alguien ejemplo de tener “ese algo” es Jesús. De él se dijo lo peor, se hizo lo peor, y algunos pensaron que era el peor. Sin embargo, Jesús nunca se lo tomó como algo personal, es más, cuando ya estaba crucificado enunció la popular oración: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”; nunca fue algo entre la gente y Él, siempre fue algo entre Él y su propósito en la tierra, y así lo vivió desde su nacimiento hasta su muerte. Jesús NUNCA tuvo un error de percepción, Él siempre tuvo la claridad de quién era y de lo que era capaz de hacer, y como tenía eso claro, cumplió su gran misión sin esperar nada a cambio, y sin pensar en que lo que le estaba pasando era producto de que no había sido lo suficientemente convincente, como para hacerles cambiar de opinión, o que no había puesto todo de su parte, para que creyeran que Él era el hijo de Dios hecho hombre. ¿Qué hizo Jesús? Perseveró. ¿Y qué hacemos nosotros cuando algo no nos resulta? Abandonamos.

Pero para lograr cambiar nuestros errores de percepción, lo primero que tiene que pasar es que nos encontremos con nuestra misión en la vida, con lo que nos hace vibrar, con lo que apasiona nuestro corazón. Cuando esto pase, todo lo que ocurra a nuestro alrededor entrará en la categoría de “cosas que me acercan a mi sueño” y el error de percepción debería empezar a disminuir. Si no es así y seguimos teniéndolo, tal vez debamos dejar de escuchar a las personas equivocadas y empezar a escuchar la voz de Dios, que nos dice que somos capaces de hacer las cosas mucho mejor de lo que nosotros mismos creemos y que Él formó hijos e hijas campeones, capaz de hacerlo todo… y más.

Cada vez que ese tipo de error de percepción venga a ti, pregúntate ¿será tal como lo estoy pensando o tal vez estoy exagerando? ¿Qué me diría Jesús en este momento? Por esta vía podrás hacer callar a ese “Pepito Grillo” que sabotea todo lo que haces e impide que salga de ti todo el potencial con el que Dios te formó. Así que, ¡ánimo! Es hora de volverte a conectar con tu verdadera genética, ¡LA DE UN CAMPEÓN!


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