martes, 11 de marzo de 2014

La integridad, un valor a revitalizar en nosotros

Es probable que en medio de las circunstancias difíciles se sienta solo, pero sepa que Él siempre ha estado a su lado para ayudarle…
Así terminan los que van tras ganancias mal habidas; por éstas perderán la vida.” (Proverbios 1:19. Nueva Versión Internacional).
Pensó que no estaría mal lo que hacía y sustrajo unos cuantos materiales que no hacían falta en su oficina, pero que en casa eran urgentes. “Aquí hay de sobra”, pensó. Pero no sólo era lo que se llevaba oculto en su maletín. También era importante su indiferencia ante el compromiso de sus labores cotidianas. Siempre tenía una excusa para posponer las tareas.
Y las cosas prosiguieron igual hasta el momento en que no soportó las presiones. Alguien, que quiso chantajearle porque había descubierto sus acciones fraudulentas, le echaba en cara su error a la más mínima provocación.
Finalmente se produjo lo inevitable. El día que recibió el sobre con el membrete de su empresa, tuvo el pálpito de que dentro no venía precisamente un ascenso o una mejora en sus ingresos. Tal como lo sospechó, en pocas líneas dejaban sentenciado su despido. Llevaba en ese trabajo más de cuatro años.
Cuando hablamos del asunto de la oficina, me explica que perdió una excelente oportunidad de empleo por algo insignificante. Algo que no valía la pena. Pero su caso es casi banal, sin que quiera justificar lo que hizo, frente a los enormes desfalcos que a diario se descubren en las empresas, tanto privadas como estatales.

El soborno y la corrupción alcanzan en el mundo cifras alarmantes y, conforme pasa el tiempo, amenazan con tener la fuerza de una epidemia que afecte todos los sectores de la sociedad. Todos estamos amenazados por su presencia, y lo más preocupante es que muchos cristianos que profesan una fe indeclinable en el Señor Jesucristo, también sucumben.  
En primera lugar, tal como lo advierte la Palabra en Proverbios 1:19, los deshonestos terminarán en fracaso. Dios no comparte que sus hijos incurran en estas prácticas irregulares que, además de deteriorar su testimonio de vida cristiana, traen mal a los demás. De acuerdo con su advertencia, acarrean destrucción.
Un hecho curioso es que quienes incurren en acciones dolosas, culpan a la sociedad que les rodea, a una profunda necesidad económica o quizá a presiones culturales, de sus decisiones erradas de incurrir en deshonestidad.

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