martes, 25 de marzo de 2014

Amar al prójimo como a ti mismo

Esta historia de amor aconteció en las Olimpiadas "paralímpicas" de Seattle.
Se encontraban diez competidores dispuestos para tomar la salida en la carrera de los 100 metros lisos; algunos de ellos eran "discapacitados" mentales y otros físicos. 
Suena el disparo de salida y comienzan a correr, no lo hacían de forma ordenada y respetando sus carriles como hacen los atletas profesionales, pero si algo tenían en común con estos, era el gran entusiasmo que todos mostraban por llegar primeros a la meta... 
...Bueno, no todos, mejor dicho, todos menos un pequeño niño con problemas de motricidad en sus piernas. Éste tropezó en el asfalto a la mitad de la competición, cayó y comenzó a llorar sin consuelo, era un llanto de angustia... de impotencia. Los otros nueve, que se habían adelantado al que hasta unos segundos antes era un rival a vencer, oyendo su llanto miraron hacia atrás y comenzaron a detenerse. Luego, uno a uno se fueron dando la vuelta y se dirigieron hasta donde estaba el pequeño caído. Una joven con síndrome de Down se sentó junto a él en el suelo, le abrazó y le dijo: "¡no llores, estarás bien!", y le dio un beso. Con la ayuda de los otros nueve se levantaron, y llegaron todos juntos a la meta caminando tomados de los brazos.... Como no podía ser de otra manera, todo el estadio se puso de pie para aplaudirles. Aunque ya pasaron algunos años de ésto, las personas que estuvieron presentes recuerdan con mucha emoción lo sucedido ese día en la pista de atletismo.



En estos tiempos que vivimos, muchos de nosotros sólo buscamos el propio bien personal. Y cuando vemos a un hermano o hermana caído en el suelo sin fuerzas para levantarse, instintivamente lo primero que hacemos es comparar, criticar y luego nos alejamos sin darles un consejo, una palabra de aliento, y menos aún, una simple oración de intercesión por sus vidas. Nos hemos vuelto muy raudos para encontrar defectos en el otro, y para correr hacia la meta intentando ser los únicos ganadores. Eso sí, muchos de nosotros, pero no todos, porque también hay creyentes que son verdaderos ejemplos a seguir, así como lo fueron esos pequeños de la historia.
Sería deseable que hoy mismo nos tomáramos unos minutos para meditar en nuestras acciones. Seguro que podemos dar mucho más amor del que creemos. 
Cuando veas que alguien se cae, no sigas corriendo, date la vuelta y llégate hasta él, abrázale, aliéntale, dale un beso y ayúdale a levantarse para que pueda llegar junto a ti a la meta.
Permitamos que el amor del Señor pueda ser derramado fuera de nosotros y llegue a cada corazón necesitado. Sirvamos a Dios de la forma que Él desea que le sirvamos, brindando a los demás ese tipo de amor y compasión que mostraron esos pequeños niños... "especiales".

 "Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como
yo os he amado, que también os améis unos a otros. 
En esto conocerán todos que sois mis discípulos, 
si tuviereis amor los unos con los otros". 
Juan 13:34-35

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