Después que una sorpresiva tormenta cubriera de nieve el Medio Oriente, una foto del periódico local mostró a cuatro hombres armados sonriendo, mientras construían un muñeco de nieve fuera de las maltrechas murallas de un cuartel general militar.
El clima invernal también hizo que se cancelara una protesta antiparlamentaria y se retrasara un debate en la cámara legislativa de mucha importancia. Se vieron jugando en la nieve a hombres con túnicas largas y a mujeres con vestidos negros tradicionales y pañuelos en la cabeza, porque hay algo en la nieve que saca el niño que hay en todos nosotros.
Así mismo, hay algo en el evangelio que nos llama a abandonar nuestras profundas hostilidades y sentimientos de importancia propia, en favor de una humildad y una fe infantiles.
Cuando a Jesús le preguntaron: “¿Quién es, entonces, el mayor en el reino de los cielos?” (Mateo 18:1), llamó a un niño pequeño para que se le acercara y dijo: “Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (vers. 3).
Se ha dicho que la edad disminuye nuestra imaginación, esperanzas y posibilidades. Mientras más envejecemos, más fácilmente decimos: “Eso nunca podría suceder.” Pero en la mente de un niño Dios puede hacer cualquier cosa. Una fe infantil, maravillada y con confianza en Dios, abre la puerta del reino de los cielos.
La fe brilla más en un corazón que es como el de un niño.
. . si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. –Mateo 18:3
. . si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. –Mateo 18:3
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