miércoles, 29 de enero de 2014

Para, mira y anda

Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”.
(Salmos 32:8)
Les voy a dar la fórmula que hace que millones y millones de personas sobrevivan todos los días. No es algo que usted no sepa ya, lo hace a diario aunque no repare en ello. La idea no es repetirle lo que ya sabe en una fórmula, sino motivarle a que la aplique en otros aspectos importantes de su vida. La fórmula es: "para, mira y anda". Antes de cruzar la calle usted lo hace, antes de subir una escalera o al autobús también. Cuando encuentra un obstáculo que el día anterior no estaba allí, repite la fórmula. Si truncara el proceso en el segundo punto, se truncaría para siempre su avance físico en la tierra. Incluso si no sigue todos los pasos con responsabilidad, podría terminar en un hospital o muerto. Parar, mirar y andar son actos importantes de la vida. Parecen sencillos, pero mueven la rueda que le lleva al futuro.
Jesús en su ministerio en la tierra, solía usar metáforas y proyectarlas espiritualmente como verdades cotidianas. De esta forma hablaba del sembrador humano que esparce la semilla y cae en distintos sitios con diversos resultados, según el terreno en que germinara. Las verdades y sus principios, adaptados de actuaciones cotidianas, tienen un significado más allá de lo natural. El acto de pararse antes de cruzar una calzada, mirar al frente y hacia los lados para asegurarnos de que no hay peligro o poder sortear aquellos obstáculos que se encuentren y luego avanzar, es ilustrativo de cómo debemos afrontar las distintas elecciones de la vida.
De hecho, es sabio detenerse y sopesar las posibilidades de llegar a dónde se quiere. Las prisas, por regla general, no son buenas. Observar, pensar, analizar y meditar es prioritario para hacer cualquier otra cosa; el peligro está en quedarse en una eterna espera. Hay personas que se fosilizan porque no dan el siguiente paso, aunque ya tienen la suficiente información y claridad para hacerlo. Les retienen la opinión de otros, el miedo, la duda, y se quedan detenidos como si eso ayudara. Quieren todas las pistas y se olvidan de la fe.
¡De acuerdo!, primero hay que parar para luego mirar muy bien. ¡Vale!, ahora vamos a mirar; ya tenemos la fe de que podemos hacerlo, pero no ignoremos que la fe hace las cosas posibles, aunque no necesariamente más fáciles. No debemos auto-engañarnos pensando que todo ocurrirá felizmente sin adversarios y tropiezos; aquello que valga la pena alcanzar siempre tendrá multitud de interferencias, eso sí, lo que se ve no es toda la información porque antes de avanzar también hay que mirar a lo invisible. Hemos recibido promesas de Dios; en los aires se pelean batallas a nuestro favor que serán ganadas por los ejércitos celestiales de Dios, pero también debemos ser perseverantes. Entonces avanzaremos ilusionados por lo que el Señor hará.
La última etapa y no la más fácil es avanzar. Caminar aunque haya ruido. Andar aunque otros no lo hagan. Un paso a la vez, sin pretender forzar la cadencia de un andar obediente a Dios. No irse muy adelante ni quedarse atrás, sólo pisar firme y con constancia. Percibamos la aprobación de Dios en cada etapa, no será difícil de hacer. La vista se aclara en la medida que nos vamos acercando al horizonte. Lo que era difuso y lejano está más cerca y lo tocaremos pronto con nuestras manos.

Ya sea para cruzar una calle o para ir detrás de un propósito, estos tres sencillos pasos son aplicables si has recibido una indicación de Dios. Detente, mira y avanza. Podemos ignorar este triple consejo y considerarlo simplista, podemos seguir dificultando la vida con nuestros pensamientos dubitativos, pero será vivir en la nada, en la postergación y en el miedo. Mejor afrontar los riesgos de vivir como si fuera un asunto de todos los días. No prestar demasiada importancia a lo que no sabemos, sino a lo que ya conocemos. Detente antes de avanzar, claro está, mira cuidadosamente y camina, camina hasta llegar.

 

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