jueves, 2 de enero de 2014

La paciencia de Dios

Emociona el carácter de Dios y su paciencia, junto a su gran y profundo amor. Lo demostró con el pueblo de Israel que frecuentemente hacía lo que le venía en gana. Dios había hecho prodigios y milagros para favorecerles a ellos y sin embargo, en su rebeldía una y otra vez ellos se apartaban de Él, con desprecio e ingratitud.
Les diste pan del cielo en su hambre, y en su sed les sacaste aguas de la peña; y les dijiste que entrasen a poseer la tierra,  por la cual alzaste tu mano y juraste que se la darías. Mas ellos y nuestros padres fueron soberbios, y endurecieron su cerviz, y no escucharon tus mandamientos. No quisieron oír, ni se acordaron de tus maravillas que habías hecho con ellos; antes endurecieron su cerviz, y en su rebelión pensaron poner caudillo para volverse a su servidumbre. Pero tú eres Dios que perdonas, clemente y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia, porque no los abandonaste. Además, cuando hicieron para sí becerro de fundición y dijeron:  Este es tu Dios que te hizo subir de Egipto; y cometieron grandes abominaciones, tú, con todo, por tus muchas misericordias no los abandonaste en el desierto. La columna de nube no se apartó de ellos de día, para guiarlos por el camino, ni de noche la columna de fuego, para alumbrarles el camino por el cual habían de ir. Y enviaste tu buen Espíritu para enseñarles, y no retiraste tu maná de su boca, y agua les diste para su sed. Los sustentaste cuarenta años en el desierto; de ninguna cosa tuvieron necesidad; sus vestidos no se envejecieron, ni se hincharon sus pies. (Nehemías 9:15-21 RV60)
Aun con todo eso, Dios nunca les abandonó. Les protegió, disciplinó y perdonó una y otra vez cada vez que se arrepentían de su mal, y nunca permitió que nada les faltase, dice Nehemías en este encendido pasaje.
A veces, cuando resulto ser el blanco de la maldad de otro, el primer sentimiento natural que aflora es el deseo de que Dios “haga justicia” y le aplique todo el rigor de su poder. Sin embargo, en la quietud de la reflexión, la voz de Dios dice a las claras otras cosas. Una vez escuché esta frase durante el sermón de un pastor: “¡Quita TODO lo malo que hay en mí!”, dijo alguien dirigiéndose vehementemente a Dios… y Dios cumplió al pie de la letra su clamor. ¡Le hizo desaparecer de la faz de la tierra! ¡No quisiera estar en su piel!
Tantas veces me he apartado de sus caminos, demostrando abiertamente mi ingratitud y rebeldía, que si esa clase de “justicia” se me aplicara, ya no estaría en este mundo. ¡Menos mal que Dios piensa las cosas de otro modo!
Esa misma vara de medida de la justicia divina, que Dios aplicaba una y otra vez con su rebelde y desagradecido pueblo de Israel, también hoy está puesta en práctica para con este pueblo que resulta ser su Iglesia, para con nosotros. Y aún va más allá. Hoy en día nos enfrentamos con un mundo que se retuerce entre dolores de muerte. Que así y todo, se empeña en sostener y alimentar una trastornada y trastocada escala de valores, donde lo que antes estaba a todas luces mal, hoy ya no es tan malo, o inclusive ¡hasta resulta ser lo correcto! Aún con todo, Dios en su eterno amor se muestra paciente, tardo para la ira y grande en misericordia para con el alma arrepentida.
Nunca lo entenderé completamente hasta que esté ante su presencia, pero entretanto eso ocurra, me alegra y me llena de gozo permanecer bajo la sombra de las alas de misericordia, gracia y perdón de mi amado Dios y Señor Nuestro. 

Tú, SEÑOR, no detengas de mí tus misericordias; tu misericordia y tu verdad me guarden siempre.

(Salmos 40:11 RV2000)
 

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