Querido amigo, querida amiga: ¿Eres tú de las personas dispuestas a aceptar la voluntad de Dios en el cielo como en la tierra?… Al menos así lo habrás declarado cuando estás en oración. ¿Pero realmente sientes esta frase en tu corazón?, ¿o es sólo una repetición que te brota memorística y mecánicamente como parte de la oración del Padre Nuestro, al igual que podrías decir: “Gloria a Dios”, “Aleluya”, “Bendecido”, “Amén”?…
Te hago, y yo también me hago a mí mismo esta pregunta, porque sabemos que aceptar la voluntad de Dios va más allá que la simple declaración de dientes hacia afuera. Aceptar Su voluntad significa confiar en Él, plena e incondicionalmente; renunciar a nuestro ego personal; obedecerle sin reparos.
Sin embargo, ¿realmente aceptamos y confiamos en el Señor, no sólo en los momentos de éxito, prosperidad o salud, sino también en los tiempos de escasez, crisis, o enfermedad? … ¿Confiamos en Él a pesar de las pruebas, del dolor, de la desolación o la presión que estamos soportando? ¿Depositamos nuestra fe en Él cuando constatamos que todo aquello que le hemos pedido, no llega conforme a nuestros anhelos y expectativas?
Generalmente los humanos buscamos explicación a todo apoyados en nuestro discernimiento terrenal y en nuestras fuerzas, y cuando no conseguimos respuestas nos desalentamos, nos enfriamos, ponemos pretextos para no congregarnos como solíamos hacer; disimulamos ante los hombres y pretendemos hacerlo también ante Dios, aunque seguimos repitiendo de memoria: “Hágase tu voluntad”…“Amén”… “Así sea”.
Pero la sagrada Escritura dice: “Confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento. Reconócelo en todos tus caminos y Él enderezará tus sendas”. (Proverbios 3:5-6)
Obedezcámosle y confiemos en el Señor con una fe firme, para que declaraciones como las que repetimos en el “Padre Nuestro” sean sinceras y no un simple ejercicio de mover los labios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario