domingo, 22 de diciembre de 2013

En sus brazos - Devocional

“El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente.”
(Salmos 91:1 RV60)
Muchas fueron las veces que me asaltó la reflexión ¿qué pasa si caigo? Solamente la idea de caer en alguna oportunidad, confieso que me obsesionó. Y no sé a ciencia cierta, si fue por mi posición en la iglesia en ese momento, si por la presión que ejercía el ministro, la simple idea de una caída de mi fe, o qué, lo que me quitaba el sueño. El caso es que, dejando aparte las circunstancias del momento, de cualquier modo y aunque muy íntimamente, esa actitud no hablaba bien de mí. Algo no debía estar bien.
Irremediablemente, si piensas que vas a caer, no tengas duda de que eso es lo que pasará. Pero el caso no funciona en sentido inverso. No se trata de la ilusa actitud de pensar en que “no voy a caer” y eso no pasará. Porque somos seres humanos, inmersos en la naturaleza moralmente corrupta heredada de nuestros padres naturales Adán y Eva, y como tales, aunque a algunos no les gusten estas palabras, la caída tarde o temprano es de esperarse. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. (1 Corintios 10:12 RV60), dice la palabra de Dios.
Hace un tiempo que conocí al Señor como Salvador y ese día resolví entregarle mi vida a Él. “Ahora comienza lo difícil”, fue la expresión de un amado y experimentado hermano en el Señor recién me había convertido. Ese día le miré con cara de “¿Y éste de qué habla?” Luego, conociéndole mejor, supe que padecía leucemia y tiempo después partió a la presencia del Señor.
¡Cuánta razón tenía! Han transcurrido unos pocos años más y todavía resuenan en mi mente los ecos de sus certeras palabras. Desde entonces y hasta ahora, muchos han sido los tropiezos y las caídas que experimenté. A veces tuve la sensación de “tocar fondo”, donde más bajo ya no resulta ser posible caer, donde ya no quedan más opciones que quedarse ahí o comenzar a subir. Y en otra oportunidad hasta estuve enfadado con Dios durante varios años. Por cierto, ¿quién dijo que los creyentes que verdaderamente hemos creído no nos enojamos con Dios? Si estás enfadado con alguien, indudablemente es porque te importa y forma parte de tu vida.
Por otra parte y muy apartado de esto, sembrar una palabra de desaliento sobre aquellas almas que acaban de entregar su vida a Nuestro Señor, supone exactamente todo un atentado a esa entrega, ya que si en todo este tiempo se han producido caídas en mi vida y si aún puedo hoy leer estas palabras, es porque “hay algo más” que me ha sostenido.
Hay personas que caen y se quedan así durante mucho tiempo lamentando su desventura; muchos durante años, otros toda una vida. Nuestro currículum eclesiástico puede parecer brillante si sólo tomamos lo agradable, lo bello, lo bueno. Pero si la idea es decir todo, haría falta escribir un libro entero o unos cuantos libros, en lugar de un par de hojas, y el balance general dejaría muchas dudas… Esto es sólo a los ojos de los hombres.

¿Qué hace la diferencia, entonces?

No son sólo las malas decisiones, no son únicamente las caídas, no es sólo la multitud ni la gravedad de los pecados del pasado lo que determina un presente y un futuro vacío de gloria en el Señor.
No es la CALIFICACIÓN; es sobre todo la DETERMINACIÓN en la fe, asido de la mano del Señor y con la seguridad de sus amorosos y eternos brazos debajo de mis pasos, lo que me levanta y alienta a continuar (Deuteronomio 33:27a).

“Está mi alma apegada a ti;  Tu diestra me ha sostenido.”

(Salmos 63:8 RV60)
 

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