La Biblia cuenta la historia de un hombre que tenía dos hijos. El más joven de ellos pidió su parte de la herencia, para disfrutarla antes de que su padre muriera. El padre estuvo de acuerdo y dividió sus riquezas entre los dos hijos. El menor tomó su mitad y se fue de casa. Rápidamente gastó todos sus bienes en una vida desenfrenada y loca; llegó al punto de quedarse sin nada y tuvo que buscar trabajo cuidando cerdos en un campo.
Uno de esos días de trabajo, tenía tanta hambre que deseó comer de la comida que les daban a los cerdos. Fue en ese instante cuando entró en razón y pensó: “En la casa de mi padre, incluso los sirvientes tienen que comer. ¡Y aquí estoy yo, sucio y rodeado de cerdos!” En ese instante, decidió regresar a su casa con la esperanza de que su padre no le negara y le aceptara por lo menos como un sirviente.
Es cierto que nuestras malas decisiones son las que nos alejan de Dios, así como el hijo prodigo, que fue tras un espejismo de felicidad, que creyó que satisfaciendo todos sus deseos iba a encontrar la felicidad.
Pronto se dio cuenta de que este no era un buen camino, y la vida desenfrenada que llevaba finalmente le hizo reflexionar: mientras antes disfrutaba de los mejores manjares y tenía un techo donde descansar, ahora se veía en medio de animales, deseando el alimento de los cerdos y sin donde recostar su cabeza.
Este joven se dejó llevar por sus emociones, pero llegó el día en el que reconoció que se equivocó y decidió volver a su casa con una actitud de humildad y sumisión. Su padre le recibió con los brazos abiertos, se puso tan contento de su retorno, que le vistió, le puso un anillo, sandalias e hizo una gran fiesta en su honor.
Si estás alejado de tu Padre celestial, no dudes en volver. Él te espera, ansía abrazarte y festejar tu retorno. Te ama y nunca dejó de hacerlo, y si estás pensando alejarte e ir detrás de algo o alguien, ten por seguro que nada puede superar lo que Dios te da.
Detente a considerar si el próximo paso que des ¿te ayudará a acercarte más a Dios o te alejará?
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.” 1 Juan 4:10
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